domingo, 29 de octubre de 2017

El macrismo y el deseo de desigualdad

REVISTA ATANDO CABOS - MIÉRCOLES 25 DE OCTUBRE DE 2017 – Fernando Cocimano -
En un artículo reciente, Horacio González señalaba la necesidad de problematizar la noción de “interés” para dar cuenta de las relaciones de representación política. Solemos pensar que los sectores sociales tienen un interés propio, verdadero, que la política debería representar. Sin embargo, la irrupción del macrismo como fuerza política ¿no vuelve ridícula esta idea? ¿No asistimos acaso a una puesta entre paréntesis de la noción de interés como principio del vínculo político?
La certeza de que existe algo así como interés que prexiste a la interpelación política es lo que está por detrás de afirmaciones tales como “votan contra sus propios intereses”. Como sabemos, este tipo de juicio no deja de circular para dar cuenta del fenómeno macrista, revelando no solo un tipo particular de impotencia política sino ante todo una mala comprensión del macrismo. Sin abocarnos a la tarea imposible de definir qué es el macrismo, nos parece que vale la pena pensar a la actual experiencia política como una formación ideológica estructurada en torno a un conjunto de afectos y fantasías que corroen la vida democrática.
La sugerencia de González nos ayuda a cuestionar cierta lectura que, partiendo del concepto de interés, piensa que el macrismo no es más que ideología que “manipula” a las personas. Acá ideología no sería más que un conjunto de ideas que distorsionan la mente y las capacidades reflexivas de las personas. En esta interpretación la ideología no sería más que un bloquear y distorsionar los verdaderos intereses de los sujetos. En ello reside la tentación irresistible de afirmar que lo que sostiene al macrismo es la actualidad alienada de las personas. Como resulta claro, de aquí se desprende una forma de hacer política que se asume como una práctica pedagógica. Al pensar que la ideología no es más que un conjunto de ideas falsas, se tiene por posible que la misma sea disipada mediante un esclarecimiento racional. De lo que se trata es de explicarle a las personas que están siendo engañadas.
La contracara necesaria de esta comprensión es la lectura “economicista”, que sostiene que la política de ajuste y privación de derechos desplegada por el actual gobierno hará que, más temprano que tarde, las personas “se den cuenta” y dejen de apoyarlo. Las recientes elecciones, como vimos, desmienten esta lectura.
Lo que se le escapa a ambas lecturas es que el macrismo es ante todo un conjunto de interpelaciones que, en sintonía con las empresas de comunicación y los grandes poderes económicos y jurídicos, trabajan y articulan un conjunto diverso de deseos y afectos que no se corresponden con intereses sociales objetivos. Precisando el argumento, podríamos decir que lo que explica la identificación política macrista no es una relación de interés distorsionado sino un vínculo afectivo. Esto quiere decir que el macrismo, en tanto formación ideológica,no designa una doctrina o discurso coherente en el que los sujetos se reconocen, sino que se sostiene en un entramado afectivo y fantasmático. Esta característica define a su vez la emergencia peculiar de esta fuerza política. A diferencia del menemismo, el macrismo no surge como la respuesta a una crisis económica profunda, sino que emerge como la tentativa de dar cauce a un conjunto de odios y resentimientos, que si bien encuentran su fundamento en diversas causas, tienen como elemento central un vivo rechazo a las políticas de ampliación de derechos que signaron la década kirchnerista.
Esta reacción afectiva frente a las políticas de redistribución kirchneristas, viene acompañada de una retórica moralizadora que exige una “normalización” o “sinceramiento” de las relaciones sociales, donde las posiciones sociales resulten no ya el efecto de intervenciones democráticas e igualadoras, sino que surjan de la responsabilidad y el esfuerzo individual. Esta fantasía meritocrática, que recorre amplios sectores sociales, cree que el esfuerzo individual y el mérito personal son los verdaderos ordenadores de los éxitos y los fracasos. Aquí se vuelve importante destacar las representaciones de aquellos “otros” que configuran el afuera del espacio meritocrático. Cuando se examinan los motivos de ese odio a la lógica de los derechos, lo que encontramos es que ese otro social no es el efecto de una distribución desigual de poder y riqueza sino un perdedor, cuya situación se explica por una carencia de iniciativas. No hay determinaciones ni mediaciones ni condicionamientos, hay individuos. De allí que, para el macrismo,hay “desigualdades justas”, cuyo criterio de justificación es el mérito y el esfuerzo. De este modo, el objetivo de la política ya no es la igualación progresiva de la sociedad sino, por el contrario, “sostener a los que hacen”.
Cuando este deseo de desigualdad se articula políticamente en tándem con las tecnologías de la comunicación el efecto es la imposibilidad de toda experiencia ética, en tanto capacidad sensible de percepción del sufrimiento del otro. Por eso, resulta difícil hablar, respecto de la actual alianza gobernante, de una “derecha democrática”. La pretendida “novedad” del macrismo reside no en su carácter democrático y moderno, sino en su tentativa de reconfigurar en un sentido profundo la vida social y democrática, haciendo de la desigualdad un valor normativo.


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