sábado, 2 de julio de 2016

La doble transición y los amos de la humanidad

Se vive un clima peligroso en la Argentina. Hay una suerte de resurgimiento de los peores fantasmas históricos de la democracia que vuelven a recorrer el presente. No es una excepción nuestro país. Desde hace años el mundo atraviesa una crisis de sustentabilidad de un modelo de acumulación que cruje por varios frentes diferentes y genera síntomas evidentes de hastío, de desesperación y de violencia. Los indignados, los migrantes y las innumerables guerras y expresiones espasmódicas de terror, cada vez más frecuentes, son indicadores, bien distintos por cierto, que acuden a dar cuenta de lo que no cierra en el modelo civilizatorio global. Durante más de una década, buena parte de América latina se mantuvo preservada de esas guisas epocales como fruto combinado de una desatención de los poderes mundiales que hacían foco en otras regiones del mundo y de gobiernos que centraban sus objetivos a contrapelo del modelo mundial de exclusión. Esas circunstancias cambiaron drásticamente.
No se trata sólo del cambio de gobierno. Lo que se puso en marcha con el triunfo electoral de Cambiemos es una doble transición estructural que comenzó a acontecer sin que nos diéramos cuenta debidamente. Por un lado, una redefinición del régimen político democrático hacia formas restringidas de la expresión popular, una domesticación de la participación y la enajenación del poder como sustancia sociohistórica susceptible de ser disputada en democracia. Por el otro, una reconfiguración del régimen social de acumulación que procura cortar de cuajo con los intentos populares de redistribución de ingresos y riqueza, restablecer los dispositivos de apropiación de rentas que se ajustan a los intereses y necesidades del gran capital y autonomizar la economía como esfera inalcanzable por las disputas políticas. Son dos movimientos paralelos que se invocan pero que deben ser diferenciados para comprender cabalmente la magnitud del desafío que enfrentamos.
En el fondo, ambos vectores apuntan a una reformulación de la ciudadanía como institución política, económica, social y cultural y convergen en una apropiación masiva del Estado que es puesto en disposición de este doble movimiento. No se trata sólo de que antes el Estado redistribuía o lo intentaba y de que ahora delega funciones en el mercado, ni de la vieja disquisición del Estado como arena del conflicto social. El aparato estatal ha sido cooptado por el poder económico y puesto activamente a operar en la dirección de instaurar una ingeniería institucional, legal, política y cultural que pretende consagrar definitivamente un orden social inalterable por la democracia.
Hace un par de años, el teórico británico Barry Buzan decía que “estamos viendo bastante capitalismo no asociado a la democracia en el mundo. Creo –decía–que es una característica de esta década y de las décadas por venir. Históricamente el capitalismo nunca fue pensado para adaptarse a la democracia, el peso y la influencia relativa de los Estados capitalistas autoritarios está en aumento. La competencia pacífica entre las distintas versiones del capitalismo mostrará pronto si un modo de política económica es superior a otro”. Mas allá, o antes, de cualquier cuestión valorativa, esa descripción general requiere ser bajada al plano de las decisiones políticas. No es el resultado de un proceso natural inevitable, sino la construcción histórica concreta a la que coadyuva el conjunto de las decisiones que adoptan quienes gobiernan el mundo. Como bien sostiene Noam Chomsky “No podemos obtener una comprensión realista de quién gobierna el mundo sin tener en cuenta los “amos de la humanidad “, como Adam Smith los llamó en su día, y a la “vil máxima” a la que se dedican: “Todo para nosotros y nada para los demás”, una doctrina conocida de otra manera como la guerra de clases amarga e incesante”. Ese minúsculo puñado de “amos de la humanidad”ha reducido a la democracia a un conjunto de procedimientos huecos y maleables en una carrera incesante hacia la forma mas competitiva de capitalismo, la que asegure de manera más cabal y global la consecución plena de aquella máxima.
Los gobiernos populares y cualquier forma de heterodoxia en esa carrera, son vistos como obstáculos a ser removidos a como de lugar.
El modelo de ciudadanía que le es funcional es uno que se reduce al consumo como práctica y como ethos social y que agota su horizonte político en el ritual de la votación y en la contemplación del espectáculo mediático digitado. La doble transición requiere un Estado híper presente en la reconfiguración de la economía, de la democracia y de la ciudadanía. De ahí las intervenciones masivas que no distinguen los limites republicanos y validan todo exabrupto en una lógica finalista o teleológica.
La anomalía latinoamericana que consistió en la existencia de gobiernos populares no alineados estrictamente con el poder real del mundo global se ha comenzado a “normalizar” con embestidas judiciales en Brasil y con el auxilio electoral en la Argentina, de un modo radical, en una doble transición que pretende cancelar definitivamente toda posibilidad de discusión política del poder, construcción de derechos y expansión de la democracia. Un día como hoy, 26 de junio, de hace 76 años, Winston Churchill le escribió a su ministro de Información: “Debería pedirse a la radio y a la prensa que se ocupen de los ataques aéreos con serenidad, rebajando el tono del interés público. Todo el mundo debería aprender a tomarse los ataques aéreos y las alarmas como si no fueran más que tempestades de truenos. Le ruego que procure recalcar esto cuando hable con los responsables de la prensa y los persuada para que cooperen”. Siete décadas después ya no hace falta persuadir a los medios concentrados para que inventen tormentas o las disimulen. Sería bueno, y hasta imprescindible, que las ciudadanías, en ejercicio de los derechos conquistados y en homenaje a los que faltan, comenzaran a distinguir las tormentas reales de las creadas por los intereses de los “amos de la humanidad”.-

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