domingo, 17 de julio de 2016

Una máquina de extorsionar

Con el pretexto de elevar la eficiencia del Estado, el gobierno de Macri realizó reformas institucionales que no hacen más que restablecer la autonomía y la falta de control político sobre sectores que han sido clave para la desestabilización democrática. El más oscuro: la corporación de la Inteligencia.
1. Los fierros administrativos
Que por lo tanto, resulta necesaria su modificación, instrumentando mecanismos que permitan agilizar las instancias administrativas usuales de gestión”, dice como fundamento el decreto 656/2016 mediante el cual, el pasado 6 de mayo, el Poder Ejecutivo Nacional pulverizó los avances legales y reglamentarios que se habían producido respecto del sistema de inteligencia y su control por parte de las autoridades políticas.
Que es primordial simplificar los circuitos administrativos” fue la opción preferida en el decreto 721/ 2016, aprobado apenas 26 días después, mediante el cual el Ejecutivo cedió un amplio espectro de decisiones sobre el personal de las Fuerzas Armadas a sus jefes militares.
Esa apelación a la eficiencia en la gestión atraviesa también el decreto de emergencia en seguridad (218/2016) por el cual se relajaron los controles para gastos y se habilitó a las fuerzas en su modo habitual de acoso violento a jóvenes pobres, hoy mutando riesgosamente hacia persecución política. La misma razón sustenta cambios que pulverizaron la eficacia frente al crimen financiero. Basta con mirar varios cambios sobre la Unidad de Información Financiera (UIF), en manos de la crème de la crème de la asesoría legal para eludir controles en materia de lavado, al servicio de los más sospechosos entre los sospechosos y su retórica de flexibilizarlo todo.
Eficiencia administrativa” es el nuevo abracadabra con el que se restituye o fortalece la autonomía de sectores clave, dando cauce al descontrol como toda doctrina. Nos referimos a Fuerzas Armadas, de seguridad, sistema financiero y la corporación de la Inteligencia, actores claves -cada uno en su tiempo y con su peso- en el arte de poner en vilo a la democracia.
Aquí haremos algunos comentarios sobre el retroceso enorme que se viene dando en materia del control del sistema de inteligencia y que el decreto 656/2016 pone al descubierto. La disolución de la SIDE y la conformación de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI) en 2015 podría haber sido un cambio inédito tras un (demasiado) largo camino de las estructuras de inteligencia por la amplia avenida de la autonomía. El descontrol que esa autonomía produjo, hay que decirlo, fue ignorada, consentida o incluso aprovechada por todos los gobiernos desde 1983.
2. “La casa” vuelve a estar en (el viejo) orden

Hace 16 meses, entusiasmaba el anuncio de que la SIDE sería disuelta y reemplazada por una Agencia Federal de Inteligencia que basaría su actuación en una doctrina acorde a una sociedad democrática, que haría uso del secreto sólo para garantizar el éxito de sus objetivos y no como un privilegio al servicio del tráfico de información y las operaciones políticas. Para ello, era fundamental dejar atrás el acceso que los servicios tenían a fondos que eran gastados sin ningún control o rendición. También se transfirió el monopolio de la gestión de las interceptaciones de las comunicaciones que se hicieran por razones de inteligencia o a pedido de los jueces en el marco de causas penales a la Procuración General de la Nación.
En julio de 2015, el decreto reglamentario de la nueva Ley de Inteligencia (N° 1311/15) estableció procedimientos administrativos para que todos los gastos de fondos reservados quedaran registrados y fueran controlables. En el mismo decreto, se aprobaron otros anexos que regulaban la doctrina de la AFI, su estructura y organigrama y los regímenes de personal de los tres nuevos escalafones: inteligencia, seguridad y apoyo.
Por primera vez, el secreto no sería la regla de la estructura administrativa y presupuestaria de la agencia de inteligencia, sino la excepción. Hasta ese momento, sólo dos datos del funcionamiento de la vieja SIDE y de la SI eran públicos: la identidad del secretario de Inteligencia y el monto total de los recursos anuales asignados para su funcionamiento. Pero los aires de transparencia que incomodaban, y mucho, soplaron por pocos meses.
Una primera señal de lo que sucedería llegó en los primeros días de la presidencia de Mauricio Macri, cuando mediante un decreto de necesidad y urgencia, se modificó la Ley de Inteligencia Nacional y se dispuso el traspaso de las funciones relacionadas con las interceptaciones de las comunicaciones desde la Procuración al ámbito de la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
Parece que fue poco. Desde hace algunas semanas varios sectores del gobierno anunciaron la intención de devolverle a los espías esa joya del arcón de la extorsión, que habían perdido cuando en política primó el criterio de la profesionalización. Esto es tan clave que es imposible pensar en los tribunales de Comodoro Py devenidos escenario central de la política sin servicios de inteligencia con vocación de escucha sobre todos y todas.
Ahora, hace pocos días, el nuevo decreto derogó 6 de los 7 anexos dictados en 2015. Un gran salto en garrocha hacia lo peor, el pasado. Sólo quedó en pie (por ahora) el referido a la doctrina de la Agencia, que tiene grandes chances de naufragar si las prácticas, la vieja organización y, sobre todo, las mañas se mantienen intactas. El retroceso, en estos asuntos, es peor que no haber intentado avanzar nunca.
En los demás aspectos se retornó al régimen anterior a la ley y se delega en el director la conformación de una nueva estructura orgánica que, gracias a que se retomó “la disciplina del secreto”, volverá a ser desconocida. Ahora, el director, especializado en la representación de futbolistas, está liberado de todo control para conformar la estructura en un ámbito donde históricamente el amiguismo, el nepotismo y el favor político fueron criterios excluyentes para la incorporación.
Para algunos, “La casa” se está poniendo en orden: vuelven el secretismo y la disponibilidad de fondos reservados que la historia reciente muestra que han sido utilizados para sobornar voluntades de legisladores (como con la famosa ley de flexibilización laboral) o para pagar por testimonios que luego de años de juicio provocan nulidades insalvables (causa AMIA). No se entiende por qué, con tamañas lecciones aprendidas, el gobierno de la transparencia apuesta a la conocida oscuridad.
Dado el paso fundamental de sacudir las bases legales del sistema de inteligencia que se hizo a principios de 2015, hubiera sido ideal ajustar ese proceso con la renovación a fondo de la justicia federal que también fue alcanzada por un interesante plan de reformas. Sin embargo, elecciones mediante, la implementación de esas políticas fue perdiendo intensidad.
El gobierno entrante tenía a su alcance bases nuevas, procesos de reforma en marcha y tiempo de gestión para dar sustancia política a ese andamiaje legal que había sido ampliamente discutido en el Congreso. Un sistema político sano lo habría agradecido porque coquetear con la extorsión como combustible de la conflictividad política nunca puede ser una buena noticia para la democracia. Podremos seguir viendo por la tele en horario central, en dosis homeopáticas, montajes de esa maquinaria extorsiva, que cuenta con periodistas dispuestos a repetir libretos servicialmente escritos en lugar de despuntar tan noble oficio como el de la investigación periodística en primera persona.
La reforma de la Ley de Inteligencia propuesta por el Poder Ejecutivo en enero de 2015 y aprobada por el Congreso en marzo de 2015 fue un intento de resolver la crisis política que había desatado la denuncia del fiscal Alberto Nisman. Aunque la iniciativa llegó tarde (¿qué duda cabe?), lo hizo en un momento en el que el sistema político logró recuperar la iniciativa y desnudar su propia debilidad, acosado por el chantaje y sus servicios que, como el escorpión, tarde o temprano pican la mano de aquellos a quienes ofrece cruzar el río.
Por: Ileana Arduino* y Natalia Federman**
* Abogada con orientación en derecho penal, actualmente integra la junta directiva del Instituto de Estudios Comparados en Ciencias Penales y Sociales (INECIP) y desarrolla actividades en el Instituto Latinoamericano de Seguridad y Democracia (ILSED).
** Abogada con orientación en derecho internacional público, en particular en el área de derechos humanos. Durante los últimos 15 años ha estado involucrada con las políticas públicas de memoria, verdad y justicia por los crímenes del terrorismo de Estado desde diversos sectores. Fue Directora Nacional de Derechos Humanos del Ministerio de Seguridad de la Nación.

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