Perfil
– 31/07/17 - Por Ernesto Tenembaum
Juan
tiene 27 años. Está casado con Gabriela. Los dos son profesionales
y les empieza a ir bien. En 2015, Juan dudó mucho antes de votar a
Macri... Tal vez lo convenció que, sobre el final de la campaña,
Macri dijo que había
cambiado y que no venía a quitarle nada a nadie: ni la asignación
por hijo, ni el Futbol para Todos, ni el presupuesto científico. Y
más cuando aseguró que no aumentaría las tarifas.
Macri,
como presidente, lo sorprendió: para mal. No es que hubiera creído
las propuestas de campaña. Cualquier persona inteligente sabe que un
candidato en campaña es aun menos confiable que un vendedor de autos
usados. Pero tampoco
imaginó que iba a ser tan duro, y que las dificultades iban a durar
tanto tiempo. Sostuvo cierta ilusión moderada mes tras mes, se dio
cuenta que el Gobierno le corría el horizonte. Aguantó. Hasta que
se le llenó la paciencia. Ahora
le irrita cuando le explican que la inflación empezó a bajar y la
economía empezó a crecer.
Lo pone de mal humor.
Igual,
para las elecciones Juan T. tiene un lío. Si le preguntaran qué va
a hacer, aun no lo sabe... ¿Tiene sentido para el gobierno que Juan
T. vaya a votar angustiado? El sentido común diría que no. Sin
embargo, por alguna muy extraña razón, el Gobierno en estos últimos
meses ha enviado señales múltiples para terminar de preocupar a ese
electorado indeciso... Lo que ocurrió en las últimas semanas es un
ejemplo muy llamativo de eso. El
dólar comenzó a escalar en los últimos diez días de junio. El
Gobierno repite como un mantra que está todo bajo control. Pero,
en off, los funcionarios dicen primero que el límite es 17,50, luego
lo suben a 18, y finalmente no lo frenan ni cuando pasa esa barrera.
"Tenemos recursos
para pararlo cuando querramos", dicen. Tal vez. Pero no lo
hacen.
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