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La plata es mía, mía, mía: El oficialismo propugna y encarna
una visión del mundo, tributaria de su extracción de clase. Sería
reduccionista hablar de economicismo. El operador cultural Darío
Lopérfido divaga así, cuando justifica reducción de inversiones en
su área: “Es mejor que la gente pague menos impuestos y que hagan
lo que quieran con su dinero”. La cita se toma de “Las veinte
verdades” publicadas por Ernesto Semán en el portal
Panamarevista.com...
Una
utopía contradictoria en los términos, una distopía tal vez anima
al macrismo, en palabras de quien esto firma. En las de Semán:
(fantasean que) “la liberación de las fuerzas productivas
provocará en la riqueza nacional el milagro de elevar socialmente a
los más postergados sin tocar la riqueza de los que más tienen”.
El orden de prelación se conoce: lo primero es garantizar la
intangibilidad de la riqueza, el resto vendrá por añadidura.
A
los “colegas” se les pide comprensión y apoyo, mientras se le
cortan los víveres, se mutilan derechos, se licuan salarios o en el
extremo se los despide. Entonces podrán elegir qué hacer, si son
hábiles.
Los
impuestos o los subsidios son un modo de reasignar la riqueza. Desde
ya eso no convalida cualquier gabela, cualquier escala, cualquier
imputación. Pero la intervención estatal, como compensatoria de
las injusticias del mercado, es básica en un sistema capitalista que
quiera conciliar con los ideales o las normas democráticas.
“Si
los impuestos vuelven al pueblo ¿para qué los cobran?”, bromeaba
un comerciante exitoso que conocimos en el pasado remoto. La
respuesta es que los impuestos debe(ría)n cobrarse en forma
progresiva por lo que la plata no se reintegra, sino se re adjudica.
O se redistribuye, otro vocablo ausente del neo diccionario M. Un
fundamentalismo banal predica que la riqueza de pocos favorece al
conjunto por vía del derrame o hasta del ejemplo subjetivo. Un ideal
vetusto y peligroso. En la Argentina hasta se usó para desprestigiar
a uno de los sistemas jubilatorios más inclusivos del continente. La
experiencia falló de modo patético y le cupo a los gobiernos
kirchneristas reparar parcialmente el desquicio...
Las
cautas reacciones sindicales cegetistas enardecen al oficialismo que
no termina de asumir la relación pragmática entre los líderes y
los trabajadores. Macri pide comprensión y otra clase social le
responde con el bolsillo.
La
manifestación del 29 de abril fue una advertencia, encarnada por
trabajadores sindicalizados, en su mayoría. No los convocó el
estandarte del Frente para la Victoria, sino la sensata lectura de
sus derechos y conquistas jaqueados. Los ciudadanos tienen derecho a
trabajar y hasta a tener ingresos si están desocupados o ganan poco.
He ahí una diferencia fundante con los clientes de las estaciones de
servicio.
“La
gente” teme al desempleo, revelan las encuestas que cualquier
gobierno lee devotamente. La propaganda oficial quiso disipar
temores: solo fueron, son y serán despedidos los ñoquis o los
nefastos militantes de La Cámpora.
El
macrismo buscaba la empatía de la opinión pública, ajena a esos
colectivos. El receptor masivo lo acompañó, unos meses. Cuando
el cuadro general se espesó, el Gobierno divulgó entusiastas
lecturas sobre el número de despedidos, en el sector público o en
el privado. No le creen, achalay. Algo falló en la comunicación
o en la realidad, usted dirá.
Argumentos
flojos: La ley de emergencia laboral (alias “antisespidos”) que
cuenta con media sanción en el Senado, se transforma en un casus
belli para el Gobierno.
Los
argumentos macristas son flojos. Una norma similar dictada en 2002
coincidió con el mayor aumento de puestos de trabajo de la historia
nacional desde 2003. No fue la letra escrita, fue la economía
política, claro. La regla sirvió como marco, como señal al
empresariado que tampoco tenía muchos incentivos para despedir con
el crecimiento a tasas chinas.
El
espantajo “van a ahuyentar las nuevas inversiones” es
insostenible: los (muy virtuales) nuevos empleos estarán fuera de la
nueva cobertura legal.
Tampoco
es consistente aducir que no hay ni habrá cesantías. Si así fuera,
poco importarían los “procedimientos de crisis” previos o la
indemnización agravada, si la patronal es porfiada.
Ninguna
norma es panacea ni generadora masiva de empleo. Lo que subleva y
violenta al gobierno es que el Congreso dicte una ley protectoria
mayormente testimonial, que contradice su Dogma laico.
Ocurre
que en la caja de herramientas esperan turno leyes
flexibilizadoras, reformas “a la baja” del sistema previsional. Y
un blanqueo generoso para los evasores, instrumento que ningún
gobierno ha dejado de lado... Bajo cualquier administración, fue y
será nefasto éticamente solo para empezar.
Del
veto bronca al pedido de gauchada: Por ofuscación Macri incurrió
en apresuramiento político al anticipar el veto, que sería
rechazado por los dos tercios del Senado y se sostendría merced a
poco más de un tercio de los diputados. Todos con la casaca
amarilla de Cambiemos, en flagrante soledad.
Flojo
escenario para el oficialismo que lanza globos de ensayo para
disuadir a los diputados. Ayer mismo, el ministro de Producción
Francisco Cabrera imploró-”exigió” a los empresarios: “Digan
que durante 60, 70 u 80 días no van a despedir a nadie”. Procura
reemplazar una ley por una pequeña ayuda de los amigos... Pero
los gremialistas, los gobernadores o los legisladores defienden sus
posiciones. Arrimarse a un oficialismo triunfador en las elecciones
es una táctica transitoria, condicionada a los vaivenes de la
legitimidad de ejercicio.
Hasta
los adversarios gremiales o políticos más transigentes se
distancian porque es imposible adherir al macrismo sin perder
sustento propio.
Macri
culpa al kirchnerismo de todos los males, hasta de arrastrar a las
demás vertientes opositoras. El manual de Cambiemos predica que solo
se es kirchnerista por ignorancia o corrupción o por ambos factores.
Mala lectura y mal mensaje para un gobierno que ensalza el diálogo,
el parlamentarismo, el consenso.
El
rumbo económico es apenas uno de los problemas del oficialismo. “El
mundo” que supuestamente nos está abriendo los brazos, agrega
otros. El más preocupante, no apenas para el oficialismo sino para
la Argentina, es la crisis política del Brasil. El golpe de estado
“blando” parece encaminarse a una salida suicida y riesgosa para
la gobernabilidad regional. Un logro que se sostuvo desde 2003
tiembla en la principal potencia de este Sur, asediado por otra
derecha del vecindario...
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