Trabajadores del Instituto Antártico
Argentino piden detener la venta de su edificio histórico y que se
mejoren las condiciones laborales para sostener niveles de actividad
e investigación que garanticen la presencia argentina en la
Antártida.
El 19 de agosto pasado se publicó
el Decreto 952/2016, mediante el cual se autoriza a la Agencia de
Administración de Bienes del Estado “a enajenar los inmuebles del
Estado Nacional que se detallan en el Anexo I”. Se trata de 17
edificios y, entre ellos, el de Cerrito 1248, donde funcionó el
Instituto Antártico Argentino (IAA) desde su creación, en 1951.
Según se justifica en el decreto, la medida es posible debido a
que los inmuebles han sido “desafectados del servicio al cual
estaban asignados” y mantenerlos “ociosos” implicaría
“desatender intereses prioritarios” para el país. Sin embargo,
hasta el mes pasado funcionaban allí dependencias de la
institución, como una biblioteca con más de 10.000 volúmenes de
material bibliográfico y una amplia variedad de objetos históricos,
que incluyen piezas de las primeras expediciones antárticas, como la
de Otto Nordenskjöld, de 1901.
“Hace
alrededor de 10 días que se nos prohibió la entrada al edificio.
Argumentan que es por una cuestión de peligro de derrumbe, por lo
cual no estamos pudiendo ingresar a hacer nuestro trabajo”,
le dijo a TSS Clara Schwint, quien desde hace dos años trabaja en el
área de museo del IAA, y aclara que los alcances de esta situación
exceden las frontas de la Argentina, ya que el Tratado Antártico,
firmado en 1959 y que entró en vigencia en 1961, exige un compromiso
de proteger la cabaña de aquella expedición, que todavía sigue en
pie, “y en el edificio de Cerrito hay objetos que provienen de allá
y que están en peligro, tanto por un potencial robo como por el mal
estado del edificio”.
La noticia tomó por sorpresa a
científicos y trabajadores del IAA, que se se enteraron por los
diarios y se reunieron frente a las instalaciones para recaudar
firmas y buscar apoyo de la ciudadanía. “No puedo ver que ahora
se cometa la torpeza de rematar la historia; no podemos dejar que
pasen por encima de la historia antártica”, se lamenta el
técnico Héctor Ochoa, que tiene una trayectoria en la Antártida de
más de 30 años y actualmente se encarga de coordinar y capacitar a
los investigadores que viajan a las bases. Actualmente, existen en la
Antártida Argentina seis bases permanentes y también otras
transitorias.
“Acá
se fundó el IAA y es parte de nuestra vida. Tengo 64 años y hace
más de 35 que trabajo aquí: en este lugar planificamos campañas,
tenemos la biblioteca histórica con libros que son únicos y un
montón de cosas del museo. Ahora estamos desperdigados y eso no es
bueno para la institución, porque hace que lentamente se vaya
degradando, ya que perdemos contacto entre nosotros y no sabemos qué
están haciendo nuestros colegas”,
dice el técnico oceanógrafo Oscar González, que pisó por primera
vez la Antártida en 1975.
“Este
edificio se caracterizó por ser interdisciplinario: todos
convivíamos acá, la mapoteca, la logística, los científicos y la
Dirección Nacional del Antártico (DNA). Eso es un patrimonio
intangible”, coincide
Schwint y destaca que “el sueño sería volver a estar todos juntos
de nuevo, pero nuestra intención es que a este edificio se lo
declare monumento histórico nacional y que pueda funcionar como un
museo que permita difundir la historia y el presente de la
institución”.
Más allá de los muros
Al cierre de esta edición, los
trabajadores del IAA buscan adhesiones en Internet para que se frene
el remate del edificio de la calle Cerrito y afirman que el 23 de
septiembre es la fecha fijada para concretarlo. El 14 de septiembre
pasado se reunieron frente a su fachada y expusieron una serie de
denuncias y reclamos. “Los trabajadores del IAA estamos con
total incertidumbre y necesitamos un lugar adonde desarrollar
normalmente nuestras actividades, con la importancia que tienen para
la soberanía del país, porque nuestros reclamos antárticos se
basan en la actividad científica que se hace a través del IAA”,
dice el biólogo Santiago Andrich, que se desempeñaba como
investigador asistente en el área de Fisiología de Pingüinos hasta
que fue despedido, el 31 de marzo pasado. “Fui despedido sin
causa: los funcionarios de Cancillería no dan motivo y y todos mis
informes de campaña son satisfactorios”.
El edificio de la calle Cerrito
contiene una biblioteca con más de 10.000 volúmenes de material
bibliográfico y una amplia variedad de objetos históricos, que
incluyen piezas de las primeras expediciones antárticas.
Más allá de su situación
personal, el investigador cuestiona la inestabilidad laborar que
viven sus compañeros, ya que según afirma, “la mayoría de los
trabajadores son contratados, aun aquellos con 25 años de trabajo”.
Además, advierte que hay contratos que tendrían que haber sido
firmados entre julio y agosto del 2015, “pero están venciendo
las renovaciones y la gente no sabe qué va a pasar”, asegura
Andrich y explica que, de no solucionarse esta situación, muchos de
esos contratos vencerán en medio de la campaña, es decir, cuando
sus colegas estén en las bases antárticas.
Actualmente, existen en la Antártida
Argentina seis bases permanentes y también otras transitorias, que
todos los años reciben a cerca de 300 personas. La mayoría son
investigadores, técnicos y científicos, a los que se suman personal
de logística y soporte.
Otro problema tiene que ver con la
cobertura de riesgos en los viajes. “Un compañero falleció en
la Antártida y la ART (aseguradora de riesgos de trabajo) no quería
cubrir gastos porque era de noche y argumentaba que no correspondía
la cobertura, pero nosotros necesitamos algo que nos cubra las 24
horas porque en el verano antártico no oscurece por la noche y,
principalmente, porque trabajamos permanentemente y dependemos del
clima. Si a las 10 de la noche para el viento y hay claridad, se sale
a trabajar. Tenemos que aprovechar el tiempo al máximo y queremos
que eso se contemple en los próximos contratos con la ART”,
reclama González.
La logística para poder llegar
hasta la Antártida también presenta dificultades. “Nos falta el
Irízar y no tenemos buques de apoyo real. Tenemos más de 100 años
de permanencia en la Antártida pero cada campaña parece nueva,
cuando tendría que ser algo planificado. Hoy no sabemos si el
(avión) Hércules va a andar, qué barco va a ir, cuándo va a salir
y por dónde será la llegada”...
Las
bases argentinas en la Antártida reciben cada año a cerca de 300
personas. La mayoría son investigadores, técnicos y científicos, a
los que se suman personal de logística y soporte...
Soberanía antártica
“El
peso que vamos a tener en el orden político será por la calidad del
trabajo científico que desarrollemos, por eso es importante la
actividad científica en la Antártida”,
destaca Ochoa. “La
investigación científica es lo básico del reclamo de soberanía,
es lo que cuenta frente a los comités científicos”,
concuerda González y aclara que esto es así debido al Tratado
Antártico, según el cual “la Antártida se utilizará
exclusivamente con fines pacíficos”, y que comprende un conjunto
de principios y objetivos a partir de los cuales se comenzó a
edificar un sistema jurídico-político para administrar la
cooperación internacional y la investigación en ese continente.
Al Tratado Antártico se le fueron
sumando pautas de acción sobre el territorio como la Convención
para la Conservación de los Recursos Vivos Marinos Antárticos de
1980 y el Protocolo de Madrid al Tratado Antártico sobre Protección
del Medio Ambiente, que entró en vigencia en 1991. Según González,
este último protocolo es relevante ya que habilita a que, pasados
50 años durante los cuales no puede haber ningún tipo de
investigación con fines comerciales o de extracción, las partes
consultivas pueden solicitar la revisión de su aplicación.“En ese
momento nos van a preguntar: ‘¿Y ustedes que hicieron?’”,
advierte.
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