“ Uber se comporta
de una manera ferozmente capitalista con su información y sus
ingresos. Por ejemplo, el precio de los viajes no está regulado por
las autoridades locales (como los taxis porteños) ni tampoco
determinado por los conductores; un algoritmo de la compañía mide
la oferta y la demanda, y genera precios en función de esta ley de
mercado. Así, en la noche de Año Nuevo o en caso de tormenta los
precios se disparan; en épocas de baja demanda, los viajes pueden
ser tan baratos que no valga la pena tomarlos. Pero el conductor que
rechaza viajes pierde puntos y queda peor posicionado; incluso se
dice que la compañía suspende a los que rechazan viajes y expulsa a
los que promedian menos de 4,7 sobre 5 estrellas.
Los “socios
conductores” son freelancers que cargan con todas las obligaciones
y costos del auto (mantenimiento,combustible, seguros), sin
beneficios sociales ni sindicato que los defienda. Pero no cuentan a
cambio con la mítica libertad del taxista independiente, ya que Uber
decide unilateralmente tarifas y comisiones y procesa los pagos de
forma electrónica. De paso, la compañía acumula información de
viajes y números de tarjetas de crédito de millones y millones de
pasajeros de todo el mundo. Se dice que ese sería el próximo paso:
aprovechar a esos millones que ya conectaron sus bolsillos a la app
para venderles literalmente cualquier cosa, a domicilio, en cinco
minutos y a un clic de distancia...”
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