Página
12 - Por Atilio A. Boron
Luego
de las PASO ha ganado fuerza una discusión sobre lo que es y lo que
representa el macrismo. En buena hora, porque sin conocer al
adversario es imposible derrotarlo. Y, por añadidura, lo mismo
acontecerá si quien pretende oponerse a sus designios y desea
enfrentarlo no se conoce a sí mismo. De momento nos interesa más
internarnos en lo primero que en lo segundo, tarea que dejaremos para
una próxima ocasión.
Una
nota de cautela
Tengo
la convicción que muchos análisis sobre el macrismo parten de una
visión sesgada de lo ocurrido en las PASO. Se ha vuelto un lugar
común, inclusive entre los críticos de la derecha, hablar de una
“gran victoria”, o de “triunfos contundentes” de Cambiemos
cuando si se observan los datos que arrojan las primarias para elegir
los candidatos a diputados en los 24 distritos del país se
comprobará que el macrismo se alzó con el 35.9 % de los votos
contra 21 % del kirchnerismo y 15,2 % del peronismo no kirchnerista.
Por supuesto que hay otros elementos que deben ser considerados,
como las importantes victorias en bastiones del peronismo (Entre
Ríos, La Pampa, Santa Cruz, San Luis) o en distritos gobernados por
partidos provinciales de gran arraigo, como Corrientes y Neuquén.
Sin duda, un desempeño muy positivo pero que no alcanza para
fundamentar calificaciones como las que señaláramos más arriba.
Sin ir más lejos, en las elecciones legislativas de 2013 el FPV
obtuvo el 33.1 % de los votos y a nadie se le ocurrió hablar, que yo
sepa, de un triunfo apabullante. Esto no desmerece la victoria de
Cambiemos, que probablemente se modifique a la baja una vez que se
conozcan loss escrutinios definitivos de la provincia de Buenos Aires
y en menor medida de Santa Fe. El triunfalismo de estos diagnósticos
contrasta llamativamente con la sobriedad de uno de los
intelectuales orgánicos de la derecha argentina. Para Rosendo Fraga,
pues de él estamos hablando, estas primarias “han dejado un
resultado confuso, tanto en lo electoral como en lo político. En
la suma nacional de votos -que nunca se presentó oficialmente-
Cambiemos habría obtenido aproximadamente el 35%. Es la primera
fuerza política en el ámbito nacional, pero más por la dispersión
de la oposición que por un apoyo mayoritario.”[1] A lo
anterior se suma el hecho, también observado por Fraga, de que si
bien el oficialismo aumentaría el número de sus senadores y
diputados en ningún caso llegaría a la mayoría en ninguna de
las dos cámaras. Primera conclusión: está bien reconocer los
aciertos del adversario, pero está mal acrecentarlos y hacerlos
aparecer como más de lo que son. Se impone, por lo tanto, mayor
parsimonia a la hora de comentar los resultados de las PASO.
Menemismo
y Macrismo
La
segunda cuestión tiene que ver con algunos paralelismos que por
momentos se insinúan entre el menemismo y el macrismo. Ciertamente
que hay un telón de fondo que les es común. Ambos representan
variantes de una reacción neoliberal ante los “excesos” del
estatismo, en el caso de Menem, o del populismo en el caso de Macri,
pero hay diferencias que no son para nada insignificantes.
Brevitatis causae, diría que hay cinco bien importantes. Primero,
Menem se apoyaba en un partido político, el PJ, que tenía una
abrumadora presencia nacional y un gran respaldo popular anclado
en las conquistas históricas del primer peronismo. Macri, en cambio,
se apoya en Cambiemos, una heteróclita y sumamente volátil
alianza de fuerzas políticas de derecha (y algunas de centro)
que si bien al día de hoy es la única con presencia en los
veinticuatro distritos del país está muy lejos de ofrecer la firme
apoyatura que en los noventas el PJ le aportó a Menem. Puedo
equivocarme pero tengo la convicción de que Cambiemos representa más
que nada un estado de ánimo, un cierto humor social “formateado”
por la oligarquía mediática más que una construcción política
sólida que pueda cristalizar en la creación de un gran partido de
derecha. El tiempo dirá si esta hipótesis se confirma o se
refuta en el devenir de nuestra vida política. Pero, y esta es la
segunda consideración, Macri tiene a su favor algo que Menem jamás
tuvo: un formidable blindaje mediático suministrado por los
medios de comunicación más concentrados del país y que poseen una
capacidad de penetración y de manipulación de las conciencias que
ni remotamente existía hace un cuarto de siglo. La debilidad de
la construcción partidaria es reemplazada, por ahora, con la
fortaleza de un aparato mediático que, tal como lo anticipara
Gramsci, puede en ciertas ocasiones y por un tiempo determinado
actuar como el “príncipe colectivo” o, como decía Engels, como
el “capitalista colectivo ideal”. Pero es una situación
que denota una indisimulable fragilidad política que Menem no
tenía y que le permitió ejercer la presidencia durante diez años y
medio. Tercero, las políticas del menemismo coincidían con las
tendencias dominantes en Estados Unidos. Eran los tiempos del
apogeo del Consenso de Washington cuando para ganar elecciones había
que hacer pública profesión de fe neoliberal, como además de Menem
lo hicieran Salinas de Gortari en México, Fernando H. Cardoso en
Brasil, Alberto Fujimori en Perú y Patricio Aylwin, Eduardo Frei
hijo y Ricardo Lagos en Chile. Pero ese paradigma de política
económica hoy ha caído en desgracia con el ascenso de Donald Trump
a la Casa Blanca y el neoliberalismo que permea todo el “equipo”
de Macri da la sensación de ser anacrónico en más de un sentido.
Cuarto, Menem pudo implementar su proyecto sin una significativa
oposición. Tanto es así que luego de seis años de privatizaciones,
desregulaciones, aumento de la pobreza y desindustrialización fue
re-electo en 1995 con el 50 por ciento de los votos, y que la primera
gran protesta popular contra sus políticas tuvo lugar en Cutral-Có
en 1996, ¡siete años después de iniciado su programa económico!
La razón es fácil de comprender: Menem llega a la Casa Rosada luego
de la devastación producida por la hiperinflación de 1989 y la
consecuente crisis económica que destruyó empleos, reconcentró el
ingreso y borró del mapa a infinidad de pequeñas y medianas
empresas. Además, llegaba luego de la debacle de un gobierno del
radicalismo con toda la legitimidad y esperanza que suscitaba el
retorno del peronismo al poder. Menem inicia su mandato una vez
consumada una tremenda derrota de las clases y capas subalternas.
Macri, en cambio, encuentra una economía con muchos problemas
–inflación, déficit fiscal, desempleo creciente, estancamiento
económico- y con un movimiento popular que conserva todavía una
capacidad de respuesta con la que Menem nunca tuvo que lidiar. Por
eso Macri se enfrentó a un cúmulo de protestas –si bien
desarticuladas- a los pocos meses de iniciado su mandato, y la
progresión de las protestas no ha cesado de crecer. Quinto y último,
Menem pudo hacer y deshacer casi a voluntad durante sus años en la
Casa Rosada porque a todo lo anterior sumaba su abyecta sumisión
al imperialismo norteamericano, que le ofrecía un “paraguas
protector” (metáfora utilizada por Joseph Schumpeter para
referirse a la protección que la aristocracia inglesa le ofrecía a
la burguesía a cambio de conservar sus privilegios y su control de
la Cámara de los Lores), algo que Macri no tiene porque Estados
Unidos ya no está en condiciones de ofrecer. Si en los noventas
ese país experimentaba un auge sin precedentes con la
desintegración de la Unión Soviética y su victoria en la Guerra
Fría, quedando como la única superpotencia del planeta, la época
actual está marcada por el inocultable comienzo de un proceso de
declinación –reconocido por autores tan diversos como Zbigniew
Brzezinski, Chalmers Johnson y Noam Chomsky, entre muchos otros-
merced al cual la otrora inexpugnable “superioridad americana” ya
es cosa del pasado. Macri se enfrenta a un mundo mucho más
complejo y amenazante que el de los noventas y en donde la
redistribución del poder mundial y la emergencia de nuevos centros
de poder (Rusia, China, India) y el debilitamiento de Europa hace
que aún con el ferviente apoyo de Washington la viabilidad de sus
políticas esté marcada por la incertidumbre.
La
construcción de una nueva hegemonía
De
todo lo anterior brota una tercera consideración, relacionada con la
construcción de una duradera hegemonía macrista o de derecha en la
política argentina. Son muchos los observadores y analistas que
auguran su probable concreción pero la realidad aconseja ser muy
prudentes en este asunto. Primero, porque la hegemonía como decía
Gramsci, “nace de la fábrica” o, si se quiere, del éxito de un
modelo económico. El que está intentando poner en marcha Macri
es tan incoherente y contradictorio que difícilmente podría ser el
fundamento de una construcción hegemónica perdurable. Miguel
Ángel Broda, uno de los más connotados “gurúes” de la City
porteña fue lapidario cuando sentenció, hace pocos meses atrás,
que “Acá no hay plan A ni plan B, esto es insostenible en el
largo plazo.”[2] El equipo económico es cualquier cosa menos
un conjunto armonioso en donde todos tiran en la misma dirección. Y
la improvisación y los disparates están a la orden del día: desde
un endeudamiento a cien años, que constituye una brutal e
irresponsable estafa intergeneracional perpetrada precisamente por la
ausencia de un plan, hasta las alucinantes declaraciones del
Ministro de Hacienda pronosticando veinte años de prosperidad para
la Argentina, algo que ningún colega suyo en Noruega, Finlandia o
Nueva Zelanda se atrevería a profetizar, mucho menos en Estados
Unidos u otros países europeos. Afirmaciones absurdas como esta,
sobre todo en un país tan inestable e imprevisible como la
Argentina, dan la pauta de que estamos en manos de una ceocracia
que ignora por completo el carácter inherentemente cíclico de las
economías capitalistas, o las teorías que explican su
comportamiento. En segundo lugar, la construcción de una nueva
hegemonía supone la capacidad del grupo dirigente de ofrecer una
“dirección intelectual y moral” al resto de la sociedad, y la
derecha no puede asegurar ni la una ni la otra. Además, tiene
que estar dispuesto a hacer concesiones significativas a las clases y
capas subalternas en aras del bienestar colectivo para que el
aspirante a hegemón pueda ser visto, otra vez con Gramsci, “como
la vanguardia de las energías nacionales”. El macrismo en
cambio aparece como la vanguardia de los intereses de las grandes
corporaciones cuyos representantes han colonizado, bajo el gobierno
de Cambiemos, las alturas del aparato estatal.
¿Una
derecha democrática y republicana?
Cuarta
y última reflexión, sobre el supuesto carácter democrático de
esta nueva derecha y su pregonada adhesión a los valores
republicanos. Este es un grave error. La derecha, desde la Revolución
Francesa hasta hoy, nunca fue democrática. Ni en Europa ni en
Estados Unidos, y mucho menos en América Latina. Los estados
capitalistas se fueron democratizando a pesar -y no con el favor- de
la derecha, en una lucha centenaria signada por periódicas
regresiones autoritarias –los fascismos europeos, por ejemplo- y,
en la periferia del sistema capitalista, por frecuentes baños de
sangre y feroces dictaduras. Los sujetos de la democracia fueron las
clases y sectores populares, comenzando este tránsito histórico con
las luchas de las capas medias y los sectores organizados de la clase
obrera en el mundo desarrollado para ser luego seguidos por las
distintas fracciones y estratos del universo popular: los campesinos,
el subproletariado urbano, las mujeres y, en algunos países, los
pueblos originarios. Estas tentativas fueron sistemáticamente
repelidas por la derecha, ilegalizando a sus principales actores y
organizaciones políticas y sindicales, reforzando los aparatos
coercitivos, sancionando una legislación represiva, encarcelando o
asesinando sus líderes y provocando golpes de estado cada vez que la
“amenaza democrática” aparecía incontenible. Además, haciendo
gala de un racismo, una xenofobia y una homofobia incompatibles con
el espíritu democrático. El padre fundador del neoliberalismo,
Friedrich von Hayek, decía que el libre mercado era una necesidad, y
la democracia una conveniencia, aceptable siempre y cuando los
estrépitos de la lucha política no alteraran la calma que necesitan
los mercados. Las burguesías aceptaron a regañadientes a la
democracia una vez que esta fue vaciada de su contenido radical
sintetizado en la fórmula de Abraham Lincoln: “gobierno del
pueblo, por el pueblo y para el pueblo” reemplazada por otra que
concibe la democracia como el “gobierno de los mercados, por los
mercados y para los mercados.” Creer que porque la derecha se
ha maquillado y adopta un estilo “cool” alejado de la prepotencia
de sus ancestros ha cambiado su esencia es una peligrosa ilusión.[3]
Su dominio antidemocrático se ha perfeccionado con lo que Noam
Chomsky denomina “estrategias de manipulación mediática”, es
decir, el imperio de la “posverdad” en sus medios y en su
discurso. Como bien recuerda María Pía López, al macrismo es
post-democrático: “puede encarcelar sin ley, echar jueces con
la argucia de demorar un acto de asunción, omitir votos, suspender
conteos” y, agregaríamos nosotros, criminalizar la protesta
social.[4] Tampoco es republicana, pese a que se ufana día a día en
proclamar su republicanismo discursivo que no resiste la prueba de
los hechos. Desde el intento de designar a dos jueces de la Corte
Suprema por decreto hasta el desconocimiento de la resolución de la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos exigiendo la liberación
de Milagro Sala pasando por la “picardía” de suspender al
Camarista Eduardo Freiler con una trampa leguleya y administrativa
(que si se hubiera hecho durante el kirchnerismo las denuncias y la
gritería de los custodios de la república habrían sido escuchadas
hasta en Júpiter) hasta el vicioso ataque en contra de la
Procuradora Alejandra Gils Carbó y la inacción estatal ante la
desaparición de Santiago Maldonado a manos de las fuerzas represivas
del estado hablan de un republicanismo “para la tribuna”, de
labios para afuera y que no logra disimular la débil adhesión la
derecha a los principios del republicanismo.[5] Si a esto le
agregamos la involución neocolonial de un gobierno que en el flanco
internacional ha cedido posiciones en todos los campos, desde
Malvinas hasta la Unasur, pasando por todas las instancias
intermedias como el abandono del proyecto ARSAT III, su gris
desempeño en el G20 y su triste papel como mandadero de Washington
para hostigar a Venezuela comprobaremos la “insoportable levedad”
de su democratismo y su republicanismo. Sobre todo si, como se ha
hecho, el gobierno de Macri ha asumido como propias la agenda
exterior, las prioridades y los intereses de Estados Unidos, en
desmedro de nuestra viabilidad como nación soberana y dueña de su
destino. Y esto sólo es suficiente para desechar cualquier
pretensión de la derecha de embanderarse con la democracia porque
esta tiene como condición sine qua non la soberanía popular, que
se convierte en una piadosa ficción cuando no hay soberanía
nacional. Y si hay algo a lo que el macrismo y toda la derecha
argentina han renunciado es a preservar un mínimo de
autodeterminación nacional en aras de forjar una nueva “relación
carnal” con el veleidoso emperador que tiene al mundo en vilo.
Por lo tanto, esa derecha no puede ser democrática, por más que su
fachada y sus rituales se esfuercen por dar la impresión contraria.
Conclusión
Esta
es la fisonomía sociopolítica del macrismo, un régimen que
descansa más en los poderes fácticos que en las instituciones de
la democracia. Para contener su arremetida y frustrar sus planes
se requerirá una enorme acumulación de poder popular, de voluntades
plebeyas que se sumen a un proyecto de recuperación democrática y
nacional que sólo podrá ser exitoso si se construye desde abajo y
democráticamente hasta en sus menores detalles. No sólo eso:
también deberá efectuarse un ejercicio autocrítico que establezca
un balance realista de los aciertos y desaciertos del kirchnerismo,
para profundizar lo que se hizo bien, corregir lo que se hizo mal y
hacer lo que no se hizo (por ejemplo, una reforma tributaria o la
nacionalización del comercio exterior, entre otras iniciativas).
Deberán asimismo forjarse nuevas estructuras organizativas del campo
popular sin ninguna clase de hegemonismos puesto que de la derrota
del 2015 nadie salió indemne y, además, librar una audaz batalla
de ideas para contrarrestar los efectos narcotizantes de la
oligarquía mediática puesta al servicio de la restauración
conservadora. Sólo esto nos permitirá encarar las luchas que se
avecinan con alguna perspectiva de éxito. Siempre y cuando se
caracterice adecuadamente al adversario.
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