Por
Leonardo Boff
“...
Pero lo que más extrañó fue la figura del presidente de la Cámara
que presidió la sesión, el diputado Eduardo Cunha. Está acusado
de muchos delitos y es reo por el Supremo Tribunal Federal: un
gánster juzgando a una mujer decente a la cual nadie osó atribuir
ningún crimen.
Tenemos
que cuestionar la responsabilidad del Supremo Tribunal Federal por
haber permitido ese acto que nos avergonzó nacional e
internacionalmente hasta el punto de escribir el New York Times del
15 de abril: “Ella no robó nada, pero está siendo juzgada por una
pandilla de ladrones. ¿Qué interés secreto alimenta la Suprema
Corte ante tan escandalosa omisión? Rechazamos la idea de que esté
participando en una conspiración”.
En
la declaración de voto ocurrió algo absolutamente desvariado. Se
trataba de juzgar si la presidenta había cometido un delito de
irresponsabilidad fiscal junto a otros manejos administrativos de las
finanzas, base jurídica para un proceso político de impeachment que
implica destituir a la presidenta de su cargo, conseguido por el voto
popular mayoritario. Gran parte de los diputados ni siquiera se
refirió a esa base jurídica, las famosas pedaladas fiscales, etc.
En vez atenerse jurídicamente
al eventual delito, dieron alas a la politización de la
insatisfacción generalizada que corre por la sociedad a causa de la
crisis económica, del desempleo y de la corrupción en Petrobrás.
Esa insatisfacción puede ser un error político de la
presidenta pero no configura un delito.
Como
en un ritornello, la gran mayoría se concentró en la corrupción y
en los efectos negativos de la crisis. Apostrofaron hipócritamente
de corrupto al gobierno cuando sabemos que un gran número de
diputados está imputado por delitos de corrupción. Buena parte de
ellos fueron elegidos con dinero de la corrupción política,
sustentada por las empresas. Generalizando,
con honrosas excepciones, los diputados no representan los
intereses colectivos sino los de las empresas que les financiaron las
campañas.
Hay
que anotar un hecho preocupante: surgió nuevamente como un espanto
la vieja campaña que reforzó el golpe militar de 1964: las
marchas de la religión, de la familia, de Dios y contra la
corrupción. Decenas de parlamentarios del grupo evangélico hicieron
claramente discursos de tono religioso y del nombre de Dios. Y
todos, sin excepción votaron por el impeachment. Pocas veces se
ofendió tanto el segundo mandamiento de la ley de Dios que prohíbe
usar el santo nombre de Dios en vano. Gran parte de los
parlamentarios de forma pueril dedicaban su voto a la familia, a la
esposa, a la abuela, a los hijos y a los nietos, citando sus nombres,
en una espectacularización de la política de lesa banalidad.
Por el contrario, los que estaban contra el impeachment argumentaban
y mostraban un comportamiento decente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario