Tienen miedo. Cada vez más miedo. Y
por eso tienen cada vez menos vergüenza. Me acabo de enterar que
ganaba 68.000 pesos por mes por mi trabajo en Radio Nacional. No
haberlo sabido antes. Yo estaba en un café y me encontré a mí
mismo en la pantalla de TN que, como en el cuento del gran hermano,
los bares tienen siempre encendida. Mocca le pide plata al Estado por
haber trabajado en 6,7,8: ¿qué opina usted querido televidente, no
merece el repudio más absoluto, la pena de muerte sin juicio previo?
Después Mocca dice que nunca ganó
esa guita en la radio pública. No dice que no le hubiera gustado
ganarla porque prefiere no mentir. Y dice además que sí, que le
hace juicio al Estado porque cree que lo perjudicó laboralmente al
interrumpir arbitrariamente una relación de trabajo. Dice que hay
una cosa llamado derecho laboral que habilita la demanda. ¿Pero
quién se entera de que él dijo eso? ¿Quién se entera que los
68.000 son más de cuatro veces lo que cobraba? Peor que eso:
¿por qué tiene que demostrar que es mentira una mentira, que la
gente que miente es mentirosa? ¿No tendría que ser la acusadora la
que muestre las pruebas de la verdad de su acusación?
Podría seguir un rato largo
acumulando perplejidades jurídicas y morales, pero no tiene ningún
sentido. Es un error. Acá no hay un problema moral ni jurídico,
acá hay un problema político. Acá no se está discutiendo un
programa de tele, ni al periodismo, ni la moral. Acá se está
discutiendo política. Acá se está juzgando una época y un
programa de televisión que testimonia una época. El programa no
importa por sí mismo. Los “periodistas” nos peleamos por quién
es más honesto, quién es mejor profesional, discutimos qué es el
periodismo, cuáles son sus reglas éticas. Pero eso es un asunto
absolutamente secundario. La ética periodística no tiene más
relevancia que la ética del panadero o la del delincuente. Lo que
estamos discutiendo es el mundo, ni más ni menos.
“Padre deja ya de llorar que nos
han declarao la guerra” dice una hermosa canción que Serrat canta
en catalán. No lloremos, no nos enojemos, no nos sorprendamos.
Acá hay una guerra. Yo estoy en un campo de esa guerra y me lo
banco. Creo que hay que librarla con inteligencia y parte de esa
inteligencia es evitar que esa guerra salga de los caminos pacíficos,
de cierto marco constitucional y legal, del cual, por cierto, ellos
abominan.. Que hay que ser un ejército pacífico,
inteligente, paciente y prudente. Pero no hay que negar la magnitud y
la gravedad de lo que está pasando. Quieren escribir la historia
“negra” de los últimos doce años. La están escribiendo en
el mismo momento en que los hogares de la gente humilde están
ahorrando gas hasta pasar frío. La están escribiendo mientras
ejecutan el saqueo del país a nombre de los poderosos locales y las
potencias extranjeras. Hay que dejar de llorar, padre. Hay que
dejar de jurar honestidad, hay que dejar de enojarse con personajes
de quinta línea que ejecutan el triste papel de alcahuetes/as, que
desde chico sé que es el peor papel que una persona puede hacer. Hay
que dejar de estar a la defensiva. Hay que construir la denuncia
colectiva de la mentira. Hay que estar a la altura.
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