INFOBAE
- 21 DE OCTUBRE DE 2017 - Por Cecilia González - Corresponsal
mexicana en Argentina y autora de "Narcosur"
El
1º de agosto, un joven de 28 años llamado Santiago Maldonado
desapareció durante una represión de Gendarmería en una comunidad
mapuche de la Patagonia.
Funcionarios,
candidatos y la prensa oficialista dijeron:
Que
Santiago ni siquiera había estado en la protesta mapuche.
Que
un camionero lo había llevado a Entre Ríos.
Que
estaba escondido a propósito.
Que
lo habían secuestrado los mapuches terroristas, anarquistas y
separatistas financiados por ingleses, las FARC, la guerrilla kurda y
ETA.
Que
era el muchacho filmado mientras compraba en un negocio en Entre
Ríos.
Que
cobraba un subsidio.
Que
era sobrino de un ex montonero.
Que
había un pueblo en donde todos se parecían a él.
Que
lo había herido o matado un puestero.
Que
tenía "libros revolucionarios"".
Que
en Facebook se identificaba como "un feroz cacique mapuche".
Que
se había cortado las rastas en una peluquería de San Luis.
Que
no se debía hablar de Santiago Maldonado ni de desapariciones en
las escuelas.
Que
se había "sacrificado" y planeado su "pase a
clandestinidad" para ayudar a un líder mapuche ex
"flogger".
Que
era un violento karateka y que nadie podría haberlo sometido.
Que
una pareja lo había levantado en la ruta.
Que
era un hippie artesano, tatuador y trotamundos "que se hizo
humo".
Que,
si había estado en la protesta, merecía lo que le pasó porque
"es delito bloquear rutas".
Que,
sospechosamente, la web santiagomaldonado.com se había abierto
antes de la represión del 1º de agosto.
Que
su desaparición era un montaje del kirchnerismo.
Que
lo más probable era que "un gendarme suelto" lo hubiera
golpeado y herido gravemente.
Que
a lo mejor habían sido tres gendarmes. O siete. O 10.
Que,
si preguntabas por Santiago Maldonado, eras kirchnerista.
Que
usaba varios documentos de identidad con diferentes nombres.
Que
se había escondido en Uruguay.
Que
su hermano Germán era, en realidad, Santiago.
Que
su hermano Sergio había escondido un teléfono y una maleta.
Que
Santiago nunca había existido.
Que
había 20% de probabilidades de que estuviera en Chile.
Que
el cuerpo se había conservado gracias a las bajas temperaturas,
como Walt Disney.
Todo
era mentira.
Mentiras
para desviar la atención de lo verdaderamente grave: había un
joven desaparecido durante una represión policial.
La
ministra de Seguridad maltrató a la familia, acusó a padres y
hermanos de no colaborar en la búsqueda. "Me la banco",
dijo en el Congreso al defender a los gendarmes. Ahora la que no
aparece desde que encontraron el cuerpo es ella.
En
medio del silencio del presidente, que nunca ofreció apoyo a la
familia, hubo pleitos en el gabinete. Ganó el sector duro del
macrismo que impidió que una comisión de Naciones Unidas ayudara en
el caso.
El
1º de septiembre, a un mes de la desaparición, mientras decenas de
miles de personas preguntaban por un desaparecido en democracia en
muchas ciudades de Argentina, el presidente Mauricio Macri
anunciaba con gran sensibilidad su visita a la heladería tucumana
"que más gustos tiene en todo el país (probé de
remolacha, arroz con leche, mate cocido)".
Los
medios más influyentes no publicaron fotos de las decenas de miles
de personas que marcharon por Santiago. Dijeron que "sólo"
eran militantes kirchneristas y la izquierda. En sus portadas
eligieron imágenes de la "violencia", sin aclarar que
había sido organizada entre infiltrados en colaboración con
policías. Azuzaron la indignación por las paredes pintadas pero
apenas si mencionaron a las personas golpeadas y detenidas al voleo
por la Policía y a los periodistas agredidos.
La
desaparición de Santiago dejó ver la permanente fractura social que
hay en Argentina entre ciudadanos que minimizaron o justificaron
la desaparición y quienes denunciaron la gravedad del caso y se
movilizaron.
El
debate se distorsionó porque un sector de la sociedad cree que los
derechos humanos son un tema exclusivo del kirchnerismo. Sí, es
cierto que desde varios sectores usaron políticamente la
desaparición, pero pedir la aparición de Santiago no convertía
a nadie en kirchnerista. Era la mínima reacción de una persona
decente.
Las
miserias también incluyeron la competencia entre desaparecidos. Que
si Julio López, que si Santiago Maldonado. Pronto entendimos que
quienes comparaban desaparecidos, en realidad, no se preocupaban por
ninguno.
Otros,
abducidos por la falacia de que en Argentina se es K o anti K,
optaron por asumir que el fiscal Alberto Nisman era "su"
única "víctima" a defender.
En
estos 81 días, fue fácil entender que aquí no hubo una
dictadura sanguinaria por arte de magia.
Fue
apoyada por un sector de la sociedad al que no le importaron
(entonces y ahora) las violaciones de derechos humanos y las
promueven en aras del "orden". Los 30 mil desaparecidos
fueron posibles porque no quisieron verlos, ni pedir por ellos.
Porque algo habrían hecho.
Lo
esperanzador es que la desaparición de Santiago mostró de nuevo la
admirable capacidad de lucha, resistencia y organización que hay en
Argentina. Es un muro de contención que no hemos podido construir
en otros países como México, en donde los desaparecidos se nos
amontonan con total impunidad del Estado.
Ustedes,
los argentinos que luchan y se indignan y salen a las calles para
reclamar justicia, sin intereses políticos ni especulaciones
partidarias sino como ciudadanos preocupados porque estos crímenes
no pueden, no deben ocurrir en su país, son un faro en medio de
tanta oscuridad.
Ese
esfuerzo colectivo logró que la indiferencia, la frialdad y la
irresponsabilidad del gobierno en torno a una desaparición quedara
en evidencia.
Que
los periodistas extranjeros estuviéramos atentos a la desaparición
de Santiago. Que contáramos su historia y los yerros de las
autoridades.
Que
la pregunta "¿Dónde está Santiago Maldonado?" se
escuchara en Argentina y en muchos países. Que su rostro se
plasmara las paredes, ventanas, puertas, ascensores y negocios. Que
cada tanto su nombre fuera tendencia en las redes sociales.
Que
se preguntara por él en los altavoces del aeropuerto y el metro, en
las redacciones y en las canchas de fútbol.
Que
la familia de Santiago no estuviera sola.
Mención
aparte para los colegas que ejercieron el buen periodismo en un caso
tan delicado. Hubo crónicas, entrevistas, artículos y reportajes
serios y respetuosos de Fernando Soriano en Infobae; Gabriel di
Nicola, Evangelina Himitián y Hugo Alconada Mon en La Nación; Guido
Carelli en Clarín. Y la cobertura en general de Cosecha Roja,
Anfibia, Tiempo Argentino, Revista Mu, Página 12, Letra P y Revista
Cítrica.
En
redes sociales, programas de radio y televisión son innumerables
los periodistas que preguntaron por Santiago, denunciaron mentiras y
manipulaciones y respetaron siempre a la familia (era
prioritario).
La
prensa canalla no puede cantar victoria.
Las
miserias políticas van a seguir.
Ahí
tenemos las encuestas de último momento del gobierno para medir el
impacto electoral. Las operaciones en redes sociales para hacer creer
que acá no pasó nada, que Santiago se ahogó y mala su suerte. Las
condolencias de un presidente que ni siquiera habla de forma directa,
sino a través del ministro de Justicia y de una gobernadora de
Buenos Aires que escribe sentidos tuits como si la alianza gobernante
que ella integra no tuviera responsabilidad alguna. Está, también,
el silencio de la ministra de Seguridad.
El
viernes por la noche, en el improvisado santuario instalado en la
morgue, mucha gente, muchos jóvenes, llegaban, ponían velas,
flores, mensajes escritos a mano y lágrimas. Otros reclamaban en
Plaza de Mayo y en Olivos.
Hoy
el duelo colectivo es en Plaza de Mayo. El reclamo principal:
justicia para Santiago. No hay que olvidar que murió durante una
represión policial. Eso es lo importante.
Los
demás, que pasen música.
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