19
de octubre de 2017 - Por Jorge Elbaum
“Eso”
está de vuelta. Es un payaso que detrás de su sonrisa esconde
mezquindad, avaricia y malignidad. El autor de la novela, Stephan
King, le puso el sobrenombre de Pennywise al payaso que siembra de
sufrimientos el pueblo.
Su seudónimo puede traducirse como
mísero o avaro, un sujeto que es portador de una máscara que
esconde su genuino rostro alejado de toda compasión y solidaridad.
La presencia de “Eso” está curiosamente precedida por un globo.
Un soporte de apócrifa alegría que anuncia los peores males. El
payaso irrumpe sobre el pueblo, periódicamente, cuatro veces en cada
siglo y hace estragos entre sus habitantes. Es la manifestación
de la perversidad investida en formato engañoso. Su sonrisa, la
mueca de su gesto equívoco, es el signo que asume la simulación más
despiadada y cruel.
“Eso”
construirá el acontecimiento desde la celebración payasesca: matará
en nombre de la convivencia. Desocupará en nombre del trabajo.
Odiará en nombre del amor. Despreciará en nombre de la alegría.
Acrecentará la violencia en nombre de la paz. Promocionará la
indiferencia como acto de madurez republicana en nombre del
compromiso ciudadano. Producirán pobreza en nombre de su reducción.
Será la contracara, la espalda, de los que dice ser. El mal se
despierta repetidamente luego de algunas décadas y se alimenta de
miedos, fobias y miserias humanas. Se cría entre los
narcisismos, las ambiciones, los egoísmos y la suma de intereses
corporativos varios. Ensalzan la fiera que todas las sociedades
tienen dentro para salir a la caza de los mismos sectores que ya
fueron alguna vez agredidos: los más vulnerables.
Quienes
le harán frente asumen formatos colectivos y siempre parecen
demasiado débiles para combatir a “Eso”. Pero no se resignan al
miedo. Desafían al payaso sin que las frustraciones y los azotes los
hagan trastabillar. Saben que la única manera de vencer supone
no ocultar sus propias debilidades, ni sus errores, ni siquiera sus
íntimos dolores estrujados. Quienes resisten a “Eso” tienen que
ser capaces de lidiar en todos los campos en los cuales el payaso
desarrolla sus prácticas de sometimiento, castigo y
disciplinamiento. Los más lúcidos de quienes suelen enfrentar a
“Eso” saben, íntimamente, que el payaso nunca sucumbe del todo.
Que en el mejor de los casos vuelve a su letargo, para comenzar de
nuevo el ciclo que sólo la indolencia popular permitirá hacer
presente nuevamente. Y que terminará, como otras tantas veces,
con acontecimientos luctuosos que jurarán, colectivamente, nunca
olvidar.
Stephen
King en su libro deja en claro que el pueblo suele distraerse y
permitir el renacimiento cíclico del mal. Que la peor parte de lo
que somos alimenta a “Eso”. Y que quienes deben velar por su
inactividad suelen olvidar y/o negar las angustias y opresiones del
pasado, lo que convierte a los ciudadanos en presa fácil, en
cobayos de los payasos malditos. En la ciudad donde tiene sede la
perversidad y el cinismo de “Eso” –afirma King–, “olvidar
la tragedia y el desastre era casi un arte”. Casi un pronóstico
articulado con la escena final de “La Peste” de Albert Camus:
“Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se
puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere
ni desaparece jamás,
que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la
ropa, que espera pacientemente
en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los
papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para
desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las
mande a morir en una ciudad dichosa.”
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