REVISTA
ANFIBIA – 19/10/2017 - Por Claudia Piñeiro -
Hay
un muerto. Aparece un muerto en el río Chubut. Allí donde algunos
temíamos que hubiera un muerto. Hasta ahí la certeza. Estamos en
estado de incertidumbre. Nos piden que esperemos. Nos piden
prudencia ante el horror. Nos hablan de paciencia. Palabras casi
obscenas ante una muerte en la que podría estar involucrada una
fuerza del Estado y por la que esperamos respuestas desde hace 78
días. Pero hacemos el esfuerzo, tratamos de esperar en
incertidumbre tal como nos piden. Sin embargo, es inherente a la
condición humana tratar de armar sentido. Incluso en el sinsentido.
Cada uno de nosotros arma el rompecabezas de acuerdo a las piezas que
considera válidas. Porque la incertidumbre, en este caso, nos es
intolerable, perversa. Porque venimos esperando hace tiempo y
bombardeados por hipótesis de distinto tipo. Y porque muchos temimos
que el cuerpo de Santiago Maldonado aparecería justamente allí,
donde se lo vio por última vez, pero ahora muerto. Aún en la
prudencia y a riesgo de equivocarnos buscamos el sentido al
sinsentido de la muerte de un hombre de 28 años que cortaba una ruta
en protesta. Es inevitable. Es saludable para nuestra sociedad que
lo hagamos, que reflexionemos, que tratemos de entender aunque las
conclusiones que saquemos unos y otros sean distintas. Y que a pesar
de nuestras conclusiones esperemos y exijamos, por fin, la certeza.
¿Qué
pasó? ¿Cómo murió? ¿Lo mataron? ¿Quién mató a Santiago
Maldonado? ¿En qué circunstancias? ¿Por qué el cuerpo aparece
ahora? ¿Por qué no lo vieron antes? Todas preguntas válidas. Para
cada una puede haber distintas respuestas. Estamos en el pantano de
la incertidumbre, tratando de no hundirnos. Pero en ese pantano ya se
hundieron varios. No los que
piensan distinto, no los que no coinciden en cómo murió o en quién
lo mató y por qué. Esa no es la verdadera grieta. Sí se
hundieron los que se ríen, los que desprecian, los que ningunean,
los que subestiman, los que discriminan, los que juzgan y hablan mal
de una familia que está en carne viva. Sí los que ponen el foco en
la cantidad de celulares que tenía el muerto, o en el recital al que
fue el hermano, o en que si un mapuche habla con precisión es porque
está “coacheado”. Sí aquel a quien se le cruza por la cabeza
que un muerto que aparece en un río helado es equivalente a la
criogenia a la que supuestamente se sometió Walt Disney y no es
capaz de callarse la boca y evitarnos la sonrisa.
Yo
estoy entre los que creen que Santiago Maldonado murió en medio de
un hecho de represión llevado adelante por Gendarmería, y como
consecuencia de esa represión. Pero tengo que ser prudente. ¿Lo
sé?, ¿tengo la certeza? No, claro que no. ¿Puedo estar equivocada?
Sí. La única certeza hasta ahora es que apareció un hombre muerto
en ese mismo río. Pero mis piezas del rompecabezas tratan de
acomodarse y armar sentido. Yo estoy entre los que fueron a Plaza
de Mayo a preguntar: ¿Dónde está Santiago Maldonado? Yo estoy
entre los que no creyeron que estaba en Chile en ningún porcentaje,
ni creyeron que se cortó el pelo en una peluquería, ni que hizo
dedo en una ruta patagónica. Yo estoy entre los que desde que el 17
de octubre apareció el cuerpo de un hombre en el río Chubut cree
que es Santiago Maldonado, y llora.
No
me pidan que llore sólo ante la certeza. El dolor no entiende de
esas precisiones.
Mientras
esperamos, prudentes, pacientes, puedo conversar y compartir la
incertidumbre con los que piensan distinto, con los que tienen otra
teoría posible ante esta muerte, con los que no lloran. Incluso con
aquellos a los que no les importa lo que haya pasado. Pero no me
pidan que espere en la incertidumbre con los que se hundieron en el
pantano.
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