REVISTA
ATANDO CABOS - MIÉRCOLES 25 DE OCTUBRE DE 2017 – Fernando Cocimano
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En
un artículo reciente, Horacio González señalaba la necesidad de
problematizar la noción de “interés” para dar cuenta de las
relaciones de representación política. Solemos pensar que los
sectores sociales tienen un interés propio, verdadero, que la
política debería representar. Sin embargo, la irrupción del
macrismo como fuerza política ¿no vuelve ridícula esta idea? ¿No
asistimos acaso a una puesta entre paréntesis de la noción de
interés como principio del vínculo político?
La
certeza de que existe algo así como interés que prexiste a la
interpelación política es lo que está por detrás de afirmaciones
tales como “votan contra sus propios intereses”. Como sabemos,
este tipo de juicio no deja de circular para dar cuenta del fenómeno
macrista, revelando no solo un tipo particular de impotencia
política sino ante todo una mala comprensión del macrismo. Sin
abocarnos a la tarea imposible de definir qué es el macrismo, nos
parece que vale la pena pensar a la actual experiencia política
como una formación ideológica estructurada en torno a un conjunto
de afectos y fantasías que corroen la vida democrática.
La
sugerencia de González nos ayuda a cuestionar cierta lectura que,
partiendo del concepto de interés, piensa que el macrismo no es
más que ideología que “manipula” a las personas. Acá ideología
no sería más que un conjunto de ideas que distorsionan la mente y
las capacidades reflexivas de las personas. En esta
interpretación la ideología no sería más que un bloquear y
distorsionar los verdaderos intereses de los sujetos. En ello
reside la tentación irresistible de afirmar que lo que sostiene al
macrismo es la actualidad alienada de las personas. Como resulta
claro, de aquí se desprende una forma de hacer política que se
asume como una práctica pedagógica. Al pensar que la ideología
no es más que un conjunto de ideas falsas, se tiene por posible que
la misma sea disipada mediante un esclarecimiento racional. De lo que
se trata es de explicarle a las personas que están siendo engañadas.
La
contracara necesaria de esta comprensión es
la lectura “economicista”, que sostiene que la política
de ajuste y privación de derechos desplegada por el actual gobierno
hará que, más temprano que tarde, las personas “se den cuenta”
y dejen de apoyarlo. Las recientes elecciones, como vimos, desmienten
esta lectura.
Lo
que se le escapa a ambas lecturas es que el macrismo es ante todo
un conjunto de interpelaciones que, en sintonía con las empresas de
comunicación y los grandes poderes económicos y jurídicos,
trabajan y articulan un conjunto diverso de deseos y afectos que no
se corresponden con intereses sociales objetivos. Precisando el
argumento, podríamos decir que lo que explica la identificación
política macrista no es una relación de interés distorsionado sino
un vínculo afectivo. Esto quiere decir que el macrismo, en
tanto formación ideológica,no designa una doctrina o discurso
coherente en el que los sujetos se reconocen, sino que se sostiene en
un entramado afectivo y fantasmático. Esta característica
define a su vez la emergencia peculiar de esta fuerza política. A
diferencia del menemismo, el macrismo no surge como la respuesta a
una crisis económica profunda, sino que emerge como la tentativa de
dar cauce a un conjunto de odios y resentimientos, que si bien
encuentran su fundamento en diversas causas, tienen como elemento
central un vivo rechazo a las políticas de ampliación de derechos
que signaron la década kirchnerista.
Esta
reacción afectiva frente a las políticas de redistribución
kirchneristas, viene acompañada de una retórica moralizadora que
exige una “normalización” o “sinceramiento” de las
relaciones sociales, donde las posiciones sociales resulten no ya
el efecto de intervenciones democráticas e igualadoras, sino que
surjan de la responsabilidad y el esfuerzo individual. Esta
fantasía meritocrática, que recorre amplios sectores sociales, cree
que el esfuerzo individual y el mérito personal son los verdaderos
ordenadores de los éxitos y los fracasos. Aquí se vuelve
importante destacar las representaciones de aquellos “otros” que
configuran el afuera del espacio meritocrático. Cuando se examinan
los motivos de ese odio a la lógica de los derechos, lo que
encontramos es que ese otro social no es el efecto de una
distribución desigual de poder y riqueza sino un perdedor, cuya
situación se explica por una carencia de iniciativas. No hay
determinaciones ni mediaciones ni condicionamientos, hay individuos.
De allí que, para el macrismo,hay “desigualdades justas”,
cuyo criterio de justificación es el mérito y el esfuerzo. De
este modo, el objetivo de la política ya no es la igualación
progresiva de la sociedad sino, por el contrario, “sostener a los
que hacen”.
Cuando
este deseo de desigualdad se articula políticamente en
tándem con las tecnologías de la comunicación el efecto es la
imposibilidad de toda experiencia ética, en tanto capacidad sensible
de percepción del sufrimiento del otro. Por eso, resulta difícil
hablar, respecto de la actual alianza gobernante, de una “derecha
democrática”. La pretendida “novedad” del macrismo reside no
en su carácter democrático y moderno, sino en su tentativa de
reconfigurar en un sentido profundo la vida social y democrática,
haciendo de la desigualdad un valor normativo.
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