THE
NEW YORK TIMES - 27 DE OCTUBRE DE 2017 -
ESQUEL,
Argentina — El martes 17 de octubre, 79 días después de la
última vez que Santiago Maldonado fue visto con vida, bomberos,
prefectos y perros llegaron al predio que ocupa la comunidad mapuche
Pu Lof en Cushamen, un departamento al pie de los Andes en la
Patagonia argentina, para hacer el cuarto rastrillaje en busca del
joven desaparecido.
Faltaban
cuatro días para las elecciones legislativas en Argentina y el
deshielo fluía fuerte sobre el río Chubut. El prefecto Leandro
Ruata, quien había coordinado las búsquedas anteriores, le había
sugerido al juez de la causa —caratulada como “Desaparición
forzada”— hacer un rastrillaje más “debido a las
características que presenta el curso de agua”. Antes de las
13:30 horas, en un codo del río, a unos cincuenta metros de donde
habría sido visto por última vez, un buzo se topó con un cuerpo
que no se avistaba desde la orilla: estaba en posición fetal
atascado entre las ramas. Cuando lo revisaron tenía una cachiporra
en un bolsillo y el documento de identidad de Santiago Maldonado en
el otro. Sergio Maldonado —hermano de Santiago— y su mujer,
Andrea Antico, permanecieron en el lugar mientras duró el trabajo de
los peritos. Velaron el cuerpo desde la orilla durante siete horas:
“No confiamos en nadie”, diría más tarde Antico en la
conferencia de prensa.
En
la autopsia, que se hizo dos días después en la morgue judicial de
la ciudad de Buenos Aires, Sergio Maldonado reconoció el cuerpo:
identificó a Santiago por los tatuajes. El juez federal a cargo de
la causa, Guillermo Lleral, aseguró más tarde que el cadáver no
mostraba lesiones. El cuerpo se encontraba relativamente bien
conservado pese a los más de dos meses desaparecido.
La
noticia respondía a la pregunta que movilizó dos veces a miles de
argentinos hacia la Plaza de Mayo: “¿Dónde está Santiago
Maldonado?”. Sin embargo, las circunstancias de la aparición
del cuerpo abrieron nuevas interrogantes. La hipótesis de que
se ahogó, en vez de librar de responsabilidad a las fuerzas de
seguridad, potenciaba la incertidumbre: ¿por qué se lanzaría a un
río correntoso una persona que le temía al agua y no sabía nadar?
‘Queremos
tierras productivas’
Santiago
Maldonado era muy alto y muy flaco, tenía 28 años, la barba a la
deriva y el pelo crespo del que salían cuatro rastas. Era muralista
y tatuador. Desde abril dormía en una biblioteca comunitaria de El
Bolsón, un pueblo patagónico emblema de los artesanos y los
neorrurales... Había nacido en la ciudad de 25 de Mayo, en la
provincia de Buenos Aires, y hacía meses peregrinaba de un lado a
otro de la cordillera.
“Estaba
ahorrando para viajar a España”, dijo Marcos Ampuero, un tatuador
chileno que trabajó con él, en una entrevista radial. Ampuero
recordó que Maldonado “defendía causas que le parecían
justas: en Chile, por ejemplo, hubo una protesta de pesqueros y él
se sumó”.
En
El Bolsón se hizo amigo de algunos mapuches y les prometió ir a
apoyarlos en el reclamo por la liberación de su lonko —cacique—,
Facundo Jones Huala, quien está en prisión preventiva desde el 27
de junio, el mismo día en que los presidentes Mauricio Macri y
Michelle Bachelet se reunieron en Santiago de Chile. Huala, de 31
años, no tenía ninguna causa en su contra en Argentina, sino un
pedido de extradición de Chile tras el incendio de una finca en
enero de 2013. El pedido, sin embargo, fue declarado nulo por la
Corte Suprema Argentina, tras comprobarse que un testigo declaró
bajo tortura en contra de Huala.
La
comunidad Pu Lof nació en marzo de 2015... Allí habitan unas cien
personas, casi todas menores de 40 años. Algunos viven de lo que
producen, otros salen a trabajar y estudiar en las ciudades cercanas,
donde se criaron.
La
Argentina es mestiza de nacimiento: la mitad de la población
tiene ancestros indígenas de diferentes etnias. Unos 200.000
argentinos se reconocen mapuches y
algunos ocupan lotes pequeños de la Patagonia norte.
Quedaron en medio de estancias gigantes tras el reparto de
tierras que hizo el Estado cuando colonizó la región en el siglo
XIX. La mayoría de los mapuches emigró hacia las ciudades. Desde
1994, la Constitución reconoce el derecho de tierras “aptas y
suficientes para el desarrollo humano” a los pueblos indígenas,
pero hay más de 200 comunidades nativas que mantienen conflictos
territoriales con el Estado.
La
Pu Lof no quiere ser una más de esas comunidades. Matías Santana,
con 20 años uno de los referentes más jóvenes de ese grupo
mapuche, que participó del reclamo donde estuvo Santiago Maldonado y
es un testigo clave en la causa por su desaparición, lo explica así:
“Nos cansamos de ser ‘indios buenos’, el capitalismo se
reservó siempre las mejores tierras y a los mapuches no nos dieron
nada, nos dieron tierras improductivas o nos usaron como mano de obra
barata. Queremos que Benetton se vaya, queremos tierras
productivas y vivir en armonía con el territorio”.
Un
par de kilómetros antes de la tranquera de la Pu Lof está el casco
de estancia de los dueños: la Compañía de Tierras del Sud
Argentino, de la familia italiana Benetton. Algunos de sus
trabajadores tienen origen mapuche. Hasta ahí llega el buen estado
del pavimento de la ruta 40 en dirección a Esquel. Según una
investigación del historiador Ramón Minieri plasmada en el libro
Ese Ajeno Sur, la compañía adquirió en 1991, por 50 millones de
dólares, unas 900.000 hectáreas (45 veces el tamaño de la Ciudad
de Buenos Aires), en donde
crían más de 280.000 ovejas que producen 1,3 millones de kilos de
lana por año. Sus proyectos incluyen minas de oro y plata
y leguas de pinos forestados con subsidios estatales. En un
contexto económico en el que el gobierno de Mauricio Macri busca una
“lluvia de inversiones”, la compañía condiciona la llegada de
capitales a una solución al conflicto con los mapuches. En enero
pasado, un operativo represivo de la Policía de Chubut en la
comunidad Pu Lof terminó con un mapuche en terapia intensiva y
otro con la mandíbula fracturada. Cuando fueron consultados por el
diario El País respecto del conflicto con los mapuches, fuentes de
la compañía parecieron avalar el accionar del gobierno: “Estamos
en una situación de violencia reiterada, sin límite, no hay forma
de frenarlos y se sienten orgullosos de la violencia”, dijeron.
El
31 de julio, tal como había prometido, Santiago Maldonado fue a
cortar la ruta 40 con la Pu Lof durante todo el día y se quedó a
dormir en el puesto de guardia de la comunidad: un rancho improvisado
cerca de la ruta, de unos ocho metros cuadrados, construido con
troncos de pino. Durante todo ese día hubo tensión entre gendarmes
enviados a despejar la ruta y mapuches hasta que, a las tres y
media de la madrugada, los manifestantes levantaron el corte “porque
no pasaba ningún auto”, según explicaron. Esa noche, durante
la cena, Maldonado pidió que le sacaran el pollo a su plato de guiso
porque era vegano, comió y se acostó sobre una manta en la parte
cerrada del puesto. Estaba preparado para afrontar el frío seco de
la noche austral: llevaba un pantalón para la nieve, otro de polar
abajo, un pañuelo estampado con calaveras, un pullover de lana y
otro de fibra: la vestimenta que 81 días después pesaría treinta
kilos, todavía húmeda, en la balanza de la morgue.
El
día cero
El
1 de agosto por la mañana el sol asomaba a ratos y el viento era
constante. Los manifestantes volvieron a cortar la ruta desde el
mediodía. Los siete mapuches a los que Santiago acompañaba acusan a
los tres escuadrones de gendarmes de avanzar sobre el predio ocupado
por la comunidad bajo el grito de “¡Fuego!”.
La
Gendarmería tenía la orden de un juez federal que limitaba el
accionar de las fuerzas a mantener despejada la ruta, pero no los
autorizaba para allanar el predio. Los gendarmes se ampararon en
una figura legal promovida por la ministra de Seguridad, Patricia
Bullrich, la “flagrancia”, que los habilita a proceder sin
orden judicial si consideran que están presenciando un delito.
Los
mapuches aseguran que los gendarmes los persiguieron usando balas
de plomo; la ministra Bullrich declaró ante el senado que usaron
balas “antitumulto”. Su secretario de Seguridad Interior,
Gerardo Milman, afirmó que “se hizo una persecución de quienes se
resistían a la autoridad, encapuchados y con piedras”. Un día
después del operativo de Gendarmería,
el jefe de gabinete de Bullrich, Pablo Noceti, dijo en una
entrevista radial que estuvo en la zona coordinando “las fuerzas
federales y provinciales para detener y judicializar a los
integrantes de la RAM”.
Para
el Ministerio de Seguridad, los miembros de la Pu Lof pertenecen a la
Resistencia Ancestral Mapuche (RAM), a la que se le adjudican robos
de ganado, incendios y amenazas a terratenientes. Elvira Gauna,
integrante de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de
Esquel, lo desmiente: “La RAM es una entelequia”, dijo. Con
la Gendarmería encima, contó Matías Santana, los varones de la Pu
Lof salieron corriendo, cada uno en una dirección diferente. Con una
mano abrían paso por el monte, con la otra sostenían las lanzaderas
de piedras tejidas a mano por sus mujeres. Maldonado iba hacia un
lugar desconocido: nunca había ido más allá del puesto de guardia.
El joven artesano corrió demorado hacia el río, dijo Santana. Había
muchas ramas de sauce dentro del agua y él no sabía nadar; le tenía
fobia al agua. Un miembro de la comunidad —que declaró como
testigo reservado ante la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos y pidió mantener el anonimato— contó que Maldonado
intentó sumergirse pero se detuvo y le dijo: “Siga, yo no puedo
más, me vuelvo”. Fue la última persona que lo habría visto
con vida.
Matías
Santana testificó en la causa que, desde el otro lado del cauce,
pudo observar con binoculares cómo “tres
gendarmes forcejearon con Santiago, lo arrastraron hacia una
camioneta y luego lo trasladaron a otra que partió hacia el sur”.
Los
forenses que intervinieron en la autopsia evitan hacer declaraciones.
Prefieren esperar los resultados de las pruebas de laboratorio, que
podrían demorarse una o dos semanas. Intentan determinar si hubo un
“ahogamiento por sumersión” y cuánto tiempo estuvo Santiago en
el río. Además estudiarán por qué tenía una cachiporra en el
bolsillo.
Aunque
algunos especialistas sugieren que el cuerpo no llevaba más de una
semana muerto, otros sostienen que una temperatura de entre -2 y 4
grados Celsius, como la que tiene el río Chubut en estos meses,
alcanza para ayudar a conservarlo, y que la crecida provocada por el
deshielo podría haberlo sacado del fondo en el que habría estado
atascado.
Soraya
Maicoño, vocera de la comunidad Pu Lof, está segura de que el
cuerpo de Santiago Maldonado fue “plantado”: “Si hubiera
estado desde un principio en el río los animales carroñeros lo
habrían detectado, como pasa con las ovejas perdidas”, dijo.
El secretario de Seguridad Interior Milman concluye: “Nunca
descartamos ninguna hipótesis, solo no hemos convalidado posiciones
que tenían un solo objetivo (político) sin pruebas”.
El
tiempo y la justicia determinarán si la Gendarmería nacional tuvo
algo que ver con la muerte y la aparición del cuerpo de Santiago
Maldonado, cuya desaparición ocurrió en el marco de un operativo
de esa fuerza.
Las
divisiones dentro de la sociedad argentina quedaron expuestas durante
el desarrollo del caso, que se saturó de lecturas políticas y
acusaciones cruzadas en el contexto electoral. Pero hay alguien
que nunca lo vivió como un “caso”, y su necesidad de respuestas
se mantiene intacta: el peritaje de una línea telefónica de
Santiago Maldonado registró 107 llamados poco antes y después de su
desaparición, 105 de los cuales eran de Stella, su mamá.
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