El psicoanalista Jorge Alemán suele
cruzar el Atlántico como viajero frecuente que acumula millas.
Reside en Madrid desde el inicio de su exilio. Cada vez que llega a
su ciudad natal, entre conferencias, reuniones y cenas con amigos,
aprovecha para caminar por Buenos Aires. Desde la asunción de
Mauricio Macri, este ensayista y poeta que leyó mucho a Jacques
Lacan, al marxismo y a la teoría sobre el populismo del recordado
Ernesto Laclau sumó un tema de análisis a su campo de estudios: la
marcha del gobierno de Cambiemos. Alemán cataloga como “un
neoliberalismo vengativo y con crueldad” a la nueva administración,
aunque al mismo tiempo observa que la gestión de Macri no muestra
demasiada solidez a la hora de garantizar la gobernabilidad.
En la semana que terminó, Alemán
fue uno de los expositores del 18° Congreso de la Red de Carreras de
Comunicación y Periodismo (RedCom) que tuvo lugar en la Universidad
de La Plata. Frente a los estudiantes habló sobre “hegemonía,
poder y medios”, temas que lo obsesionan y que –inmersos en la
ofensiva de la derecha en Sudamérica– cobran mucha actualidad y
hasta cierto drama.
–¿Cómo
ve la Argentina a nueve meses de gestión macrista?
–Desde
la perspectiva europea la situación es enigmática porque, por más
neoliberal que sea la estructura de un gobierno, siempre hay un
principio de gobernabilidad. Por ejemplo, el PP de España, que
privilegió los recortes, la reducción del salario público, que
buscó una redistribución del ingreso más apropiada al discurso
neoliberal, tiene sin embargo una teoría de la gobernabilidad:
tiempos, instituciones, lógicas electorales. El macrismo, en cambio,
es neoliberalismo bajo su forma pura. Neoliberalismo sin principio de
gobierno.
–Sin
mediación política.
–Sí.
Desde el primer día de su gestión tuve la percepción de que Macri
parecía estar al frente –y sé que es una metáfora horrible– de
un grupo de tareas. Realizaba la agenda que le habían encomendado:
pagarles a los fondos buitre, quitar las retenciones, generar una
especie de discurso negacionista sobre el genocidio, reinstaurar la
teoría de los dos demonios, destruir todo el campo ético-político
de los doce años anteriores. Pero al mismo tiempo, y al menos hasta
ahora, no se ven condiciones de posibilidad de una gobernabilidad. En
el macrismo no se ve. Más bien veo que ya se está preparando un
candidato paralelo, por si acaso, cuando no han pasado nueve meses de
gobierno.
–Sergio
Massa.
–Sí.
El otro día estuvo en cinco medios a la vez. No sé cómo habrá
hecho para ir en el taxi porque, supuestamente, era en directo (ríe).
–¿Es
el candidato de recambio del establishment?
–Sería
quien traería esa gobernabilidad de la que estamos hablando. Una vez
disuelto el kirchnerismo –que es el hecho maldito que hay que
extirpar, para utilizar la metáfora de John William Cooke–, Massa
pondría las cosas en su sitio. Internacionalmente seguiría la
política del Estado norteamericano, no volvería a la red de
alianzas latinoamericanas, no volvería a las mismas lógicas
redistributivas. Pero sería menos traumático en un montón de
aspectos. Así que es un plan B bastante elaborado. Pero también
bastante apresurado.
–Los
discursos de autoayuda –que usted considera dispositivos de
colonización de la subjetividad– pueden ser un auxilio para esa
gobernabilidad por ahora flaca del macrismo.
–El
discurso entero de Macri está construido sobre la lógica de la
autoayuda. El otro día escuché el nombre de algunas fundaciones y
tenían nombres de autoayuda. Creer y Pensar, Ser Tú Mismo (ríe).
Así como Max Weber habló de la ética protestante y del
capitalismo, el neoliberalismo y la autoayuda tienen una relación
estrechísima. Como narrativas de la autorrealización. En la
autoayuda actúa un mecanismo de identificación absoluta y radical.
Una persona se reconoce en un libro que es de escala masiva, que está
traducido a varios idiomas y que fue elaborado en cultura ajena. Como
el sujeto no tiene ninguna brújula simbólica –como no se puede
remitir a ningún legado, a ninguna tradición– necesita
apoyaturas, puntos de anclaje y amarre para vivir.
–En
sus últimas intervenciones, Cristina Fernández exhortó a
investigar cómo un porcentaje de los argentinos votó contra sus
intereses materiales, económicos. En la sociología se habla de la
volatilidad de los sectores sociales “aspiracionales”. ¿Por qué
ahora hay arrepentidos?
–Mi
amigo Ernesto Laclau (fallecido en abril de 2014) habla del "momento
populista" como un momento en el que se articulan demandas
insatisfechas, no satisfechas por las instituciones. ¿Pero qué es
lo que ocurre cuando esas demandas son satisfechas? Una vez
satisfechas, tal vez se retiren de la voluntad colectiva
transformadora. En este proceso también influyen las
identificaciones: la gente se empieza a identificar con figuras
mediáticas, o de donde fueren, que no la conducen al proyecto en el
que se sostendrían sus propios intereses. El aparato televisivo
argentino es monstruoso en ese aspecto: son un montón de mercenarios
contratados durante todo el año que se encargan de decir a los
argentinos, todo el tiempo, que "les han tomado el pelo",
les "han robado", que "han gastado el dinero que no se
tenía" y que ahora son de algún modo culpables y por eso
tienen que pagar. Es un neoliberalismo vengativo, con crueldad, que
además toca puntos que incluso mucha gente ni esperaba que se
tocaran. Por otro lado, hay un nuevo tipo de odio que atraviesa todo:
y es que con tal de perjudicar al otro soy capaz de perjudicarme a mí
mismo. Y, por último, hay un fenómeno ineludible: queda claro que
los ricos no se equivocan nunca. Los ricos siempre votan según sus
intereses: este proceso de ir en contra tuyo es un fenómeno
clásicamente de los sectores explotados y desposeídos.
–Dentro
de la galaxia peronista surge ahora un intento de reeditar la
renovación que intentó Cafiero –darle al peronismo un giro más
socialdemócrata y moderno–. Utilizar el concepto de "renovación"
refleja la pretensión de poner distancia o dejar en el pasado al
kirchnerismo.
–Ninguna
transformación o renovación va a venir de la mano de una facción
del peronismo que intente excluir al kirchnerismo. Una cosa es que
uno piense que el kirchnerismo no puede ser reproducido
idénticamente: incluso creo que el kirchnerismo tendría que
inventar nuevos nombres y nuevas alianzas, y que además tendría que
radicalizarse en su posición de proyecto nacional y popular. Yo
entiendo al kirchnerismo como algo que excede a la maquinaria
electoral. Ahora, no creo en ninguna transformación que tenga como
base su exclusión. En esa intención de neutralizar al kirchnerismo
no veo ninguna potencialidad. Puede ser que algunas organizaciones
internas del kirchnerismo deberían replantear si no tendrían que
probar un nuevo tipo de existencia política.
–¿Qué
deberían probar para usted?
–Probar
otros nombres, probar otras formas asociativas. Revisar si un nombre
que se corresponde con la etapa anterior merece ser mantenido. Pero
para mí, el kirchnerismo sigue siendo la referencia clave. «
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