07/09/2016 - En la última década
México ha vivido envuelto en una violencia de estado llamada “la
guerra contra las drogas”. La declaró en diciembre del 2006 el
entonces presidente Felipe Calderón, recién estrenado en su cargo.
La ha mantenido Enrique Peña Nieto, quien lleva cuatro años en la
Presidencia.
Uno de los pilares de la estrategia
de la guerra es la militarización del territorio: en promedio 44 mil
soldados salieron de sus cuarteles a las calles a patrullar y
realizar tareas de seguridad a lo largo del país. Miles de mexicanos
adiestrados en la lógica castrense enfrentan escenarios para los que
no estaban preparados: fraccionamientos, barrios populares, avenidas
urbanas transitadas: la vida cotidiana de pueblos y ciudades.
Se nos dijo que la guerra era
necesaria, que teníamos un enemigo interno capaz de envenenar a
nuestros niños, carcomer nuestra sociedad y destruir nuestro país.
Se nos dijo que era necesaria la mano dura, que quizá habría “daños
colaterales”, pero que era necesario para acabar con él. Se
nos dijeron tantas cosas y nosotros, como sociedad mexicana,
aceptamos y cedimos cada vez más derechos en espera de esa promesa
de seguridad. Cedimos la presunción de inocencia, los paisajes
donde acudíamos a pasear, los caminos, las carreteras, las escuelas,
cedimos las noches, las madrugadas, las plazas. Cedimos incluso la
intimidad de nuestras casas, nuestros sueños, y ahora casi toda
nuestra vida está cruzada por el horror que ha dejado esa guerra.
La militarización del país ha
tenido muchísimas consecuencias. De alguna forma, ustedes en
Argentina son testigos del horror que deja la presencia militar en
las calles, lo vivieron durante la dictadura. En México a una
década, el saldo se cuenta en 150 mil personas asesinadas, más de
30 mil personas desaparecidas contra su voluntad, 250 mil personas
desplazadas de su territorio. México se ha convertido en un país
que ya no sabemos si calificar como “herido” o “sangrante” o
incluso decir que es una gran fosa. País de muertos. País de
desaparecidos. País de fosas.
Ahora que veo que el presidente
Macri quiere llevar a Argentina a una guerra contra el narco pienso
en todo lo que los argentinos nos han enseñado a los mexicanos en la
lucha por la verdad y la justicia, siendo el ejemplo más reciente la
sentencia de La Perla, donde se condenó a prisión a 28 represores
militares. Pienso en ese ejemplo de tenacidad, de dignidad que se
mantiene vivo después de 40 años. Ojalá lo que hemos vivido en
México esta década de guerra contra las drogas sea una lección
para ustedes. Si hay algo que podemos enseñarles, que podemos
decirles es no permitan lo que nosotros. No cedan su país por una
promesa de seguridad.
Cadena de mando
En la Red de Periodistas de a Pie
intentamos lo que muchísimos compañeros periodistas han tratado
estos años: mostrar las consecuencias de esa guerra, encontrarle una
lógica a esa violencia, una explicación, tratar de mostrar cómo
funciona esa máquina de muerte. Y lo hicimos con este trabajo que
se llama Cadena de Mando y se puede ver en www.cadenademando.org .
Para los autores de este trabajo, es
indispensable hacernos estas preguntas y acercarnos a quien puede
responderlas, los soldados mismos. Por ello, entrevistamos a seis
militares, cinco de ellos en proceso penal por homicidio. A través
de sus testimonios intentamos encontrar respuestas que nos permitan
entender la complejidad de esta guerra.
En la documentación de los crímenes
hay una historia que los mexicanos ignoramos: la de los soldados, el
eslabón más frágil de las fuerzas armadas, los hombres –y a
veces mujeres— que reciben y cumplen órdenes. ¿Quiénes son
ellos? ¿Cuáles son sus historias? ¿Por qué se enrolaron como
soldados? ¿Cómo y para qué han sido capacitados? Los que han
matado, ¿tenían otra opción? ¿Cuál ha sido su margen de decisión
y, por lo tanto, de responsabilidad? ¿Hay órdenes precisas para
salir a la calle y matar? ¿Son los soldados parte de una maquinaria
de muerte? ¿Hasta qué punto un soldado que mata es responsable del
crimen? ¿Hasta qué punto esa responsabilidad asciende a sus
superiores? Y si no hubieran recibido la orden, ¿habrían matado?
¿Es la obediencia razón suficiente para justificar la comisión de
un crimen?
Este trabajo trata de buscarle el
rostro a estos números, la piel, los músculos. Partir de ese rostro
de los soldados, como la extremidad última del poder, es necesario
para indagar y reconstruir las dimensiones de un sistema creado para
ejercer violencia contra las personas. Partir de ellos, para entender
esa maquinaria donde la muerte no es azarosa.
Se trata de una investigación en
proceso que esperamos crezca conforme obtengamos más testimonios,
logremos la desclasificación de información o se ventilen los
procesos judiciales. Estamos convencidos que debemos empujar lo
necesario para entender qué hay detrás de esta guerra, detrás de
una persona que mata. Esperamos que las reflexiones a partir del
testimonio de los soldados nos permita acercarnos a una pregunta que
nos inquieta por el momento que vive México: ¿La experiencia de los
soldados mostraría que cualquiera, inserto en este sistema militar y
policial, puede ejercer violencia? por Daniela Rea ·
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