Casi todo el Gabinete PRO estudió
en escuelas de congregaciones católicas extranjeras. La antropóloga
Victoria Gessaghi explica cómo funciona la red educativa de la clase
alta.
"La comunidad toda del Colegio
Cardenal Newman, respondiendo a Jesucristo en el llamado actual de la
Iglesia Católica y el carisma del beato Edmundo Rice, fundador de la
Congregación de los Christian Brothers, se compromete a acompañar a
los niños y jóvenes para que logren un desarrollo armonioso como
personas." Esa es la misión declarada de la institución en
cuyas aulas estudió el "grupo de amigos" que hoy gobierna
el país: el presidente Mauricio Macri, sus compañeros Pablo
Clusellas (secretario legal y técnico) y Nicolás Caputo
(empresario, principal beneficiario de la obra pública PRO) y
alumnos de otras promociones, los ministros Jorge Triaca (Trabajo),
Alfonso Prat-Gay (Hacienda y Finanzas) y Rogelio Frigerio (Interior).
Ese colegio y otros 15 o 20,
nucleados en su mayoría en San Isidro, Recoleta o Belgrano,
conforman desde hace décadas el exclusivo circuito educativo donde
se han formado las familias “patricias” y los nuevos ricos que,
vía alianzas matrimoniales o por el sólo imperio del dinero, buscan
sumarse a esa élite.
De hecho, pasando revista al
Gabinete de Macri es posible inventariar buena parte de esos colegios
que hoy cobran cuotas mensuales de hasta 20 mil pesos. Sobre todo,
aquellas escuelas católicas fundadas por congregaciones religiosas o
por docentes extranjeros que originalmente enseñaban idiomas a los
hijos de la clase alta. El jefe de Gabinete Marcos Peña fue alumno
del marista Champagnat (adonde estudiaron, entre otros, Fernando de
la Rúa y Mariano Grondona). Esteban Bullrich, ministro de Educación,
asistió al colegio Saint Leonard’s, de Vicente López. Carolina
Stanley, titular de la cartera de Desarrollo Social, fue estudiante
del St. Catherine’s Moorland School, que hoy tiene sedes en
Belgrano R y Tortuguitas. Y Ricardo Buryaile, ministro de
Agroindustria, es un orgulloso “old georgian”, egresado del St.
George’s College, de Quilmes. Más exclusivo aún es la institución
donde se recibió en 1991 el secretario de Comercio Miguel Braun: la
Escuela Escocesa San Andrés, o St. Andrew’s, fundada en 1838.
El libro La educación de la clase
alta argentina. Entre la herencia y el mérito (Siglo XXI), de la
antropóloga Victoria Gessaghi, investigadora del Conicet e
integrante del Núcleo de Estudios sobre Elites y Desigualdades
Educativas de la Flacso, ilustra los modos en que los sectores
privilegiados han desarrollado espacios propios para la educación de
sus hijos, como parte de un proceso de diferenciación social que
hace frente a discursos igualitaristas muy arraigados en el
imaginario de los argentinos, como el de la escuela pública, laica y
gratuita. “El primer signo de pertenecer es el colegio al que vas”,
dice una señora de “apellido” entrevistada por Gessaghi. Estas
escuelas, explica la investigadora, han funcionado y funcionan como
el espacio de sociabilización interpares en el que las redes de
parentesco, donde se repiten y entrelazan los apellidos de los
grandes terratenientes, construyen un “espíritu” de clase y, con
el tiempo, una trama que multiplica las relaciones, los recursos y
los negocios. Abuelos, padres e hijos de estas familias suelen
mantener la tradición y cubren con su genealogía la historia de
cada uno de estos colegios. Es raro que cambien, aunque puede pasar:
las hijas mayores de Mauricio Macri fueron al Northlands, donde
estudió la reina Máxima Zorreguieta, pero para Antonia eligió otro
colegio de la élite, el Liceo Franco-Argentino Jean Mermoz.
La educación genealógica
“Este circuito de instituciones se
forma muy tempranamente –advierte Gessaghi–. De hecho, estas
familias patricias, muchas de las cuales apelaban tradicionalmente a
la educación domiciliaria con maestras de idiomas y desde luego a la
educación religiosa, católica, abandonan la escuela pública en las
primeras décadas del siglo XX, cuando la educación media comienza a
democratizarse y el sistema deja de permitirles, por ejemplo,
estudiar en la casa o en el colegio Salvador y luego dar exámenes
libres en el Buenos Aires. Las escuelas que durante generaciones
siguen eligiendo estos sectores sociales fueron fundadas, en su gran
mayoría, a finales del siglo XIX, por maestras inglesas o francesas
o por congregaciones religiosas. Y a la hora de elegirlas, la
cuestión académica no está en el centro de la escena, sino que se
privilegia lo que llaman la formación “en valores”, es decir, la
religión católica y eventualmente el trabajo pastoral, pero sobre
todo la centralidad de la idea de familia, que contribuye a
reproducir las redes de parentesco y la trama de privilegios. Lo
central es construir esas redes de sociabilidad entre pares. Para los
que tienen “apellido” y una gran antigüedad dentro de ese grupo
social, significa seguir perteneciendo, consolidar el tejido de
relaciones, y para los “nuevos” supone la posibilidad de ingresar
a esa red: los hijos y, a través de ellos, sus padres. Y el colegio,
mediante un mecanismo de selección que incluye cartas de
recomendación y el poder de veto de los de adentro respecto de los
recién llegados, también participa de esa construcción.
Las personas de "apellido"
entrevistadas por Gessaghi se dividían sobre la pertenencia de Macri
a la clase alta.
–¿Te googlean la genealogía?
–No creo. Ya saben quién es la
tatarabuela de quién, conocen la marca que confiere cada apellido.
La permanente reconstrucción de la memoria genealógica es un
elemento constitutivo de las herramientas de legitimación de este
grupo social, es precisamente lo que permite acceder a ventajas de
clase que no tienen otros sectores.
–El colegio sería entonces la
etapa inicial de la construcción de redes que más tarde posibilitan
concentrar negocios, riqueza y, eventualmente, poder.
–Bueno, es lo que posibilita que
hoy tengamos un Gabinete formado por varios, dicho por ellos mismos,
“amigos del colegio”. El colegio es el epicentro de esta
consolidación de redes de pertenencia a un grupo selecto; el club y
hasta los cursos de primera comunión refuerzan ese patrón y
afianzan una red transversal entre los colegios.
–¿Cómo manejan estos grupos
la tensión entre los conceptos de herencia y mérito?
–La clase alta siempre ha debido
construir una idea del mérito asociada a la justificación de su
lugar en la sociedad, que fue cambiando de sentido. En un principio
se refería a los patricios, “aquellos que habían forjado la
Patria”, luego viró hacia la profesionalización, en general de
empresarios del agro que lograron reconvertir sus modos de generar
riqueza. Y aunque, fruto de estas redes de las que hablábamos, los
sostenes y apoyos del entramado familiar y de amistades son centrales
en cualquier emprendimiento, la idea de herencia casi siempre está
invisibilizada.
–¿Qué te decían de Macri tus
entrevistados?
–De hecho, lo primero que escuché
era que “Macri no”, que no pertenecía a la clase alta. Habría
que preguntarles qué piensan ahora. En todo caso, los diez
empresarios más ricos de la Argentina, que no tienen apellidos
tradicionales, están en su gran mayoría vinculados con estas
familias a partir de alianzas matrimoniales y lazos de parentesco.
–Macri fue al acto de La Rural
a hablar de su tío materno, Jorge Blanco Villegas.
–Exactamente. Bueno, cada vez que
mencionaron a Macri, era para dirimir si pertenecía o no. Los que
reivindican la idea de patriciado, decían que no. Pero los que
atendían más al proceso de construcción de esa pertenencia, por
ejemplo a qué colegio asistió o al hecho de que su primera esposa
(Ivonne Bordeu) provenía de una familia tradicional, decían que sí.
–Peña, Braun, Blaquier,
Bullrich, son los nombres del llamado “patriciado” que están en
el gobierno. ¿Pensás que es posible que sea su educación, tras los
muros de esos colegios exclusivos, la que no les permite sentir
empatía con la gente de a pie?
–A ver. Efectivamente, este es el
grupo social que hoy gobierna. Señalemos primero que para las
familias tradicionales, la idea de involucrarse en partidos políticos
es por lo menos una novedad, algo que no había sucedido en décadas,
desde la precandidatura a presidente de Robustiano Patrón Costas en
los ’40. Resurge a partir del PRO, con gente formada en fundaciones
y organizaciones de la sociedad civil. Nosotros nos formulamos esa
pregunta: ¿de qué modo, a partir de haber accedido al manejo del
Estado por la vía democrática, toman decisiones estos individuos,
surgidos de esa matriz sociohistórica que describimos? Sin embargo,
y de movida, tenemos que aceptar que hay algo que evidentemente
supieron hacer: interpelar al 51% de la población. Nuestros
supuestos sobre la construcción de hegemonía aquí no estarían
funcionando. «
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