revistazoom - 12 Septiembre 2017 - por Ricardo Ragendorfer
A
comienzos del año la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, hizo
pública su voluntad de aplicar el postergado “protocolo
antipiquetes”; tanto es así que no le tembló la voz al advertir:
“Cuando actuemos será mejor que nadie caiga en la paranoia
argentina. Actuar con decisión puede tener consecuencias pero esas
consecuencias no significan que vaya a haber un muerto”. Sabias
palabras. ¿Por
qué confiaba Macri en esa mujer menos inteligente que ambiciosa? Si
algo enseña la historia reciente es la inexorable fisura de la
gobernabilidad en casos extremos de sangre política. Fernando de la
Rúa y Eduardo Duhalde le hubiesen podido contar sus experiencias al
respecto. Ahora los resultados ya están a la vista. Desde
que estalló el caso de Santiago Maldonado la respuesta oficial –a
cargo de la señora Bullrich con las bendiciones sucesivas de Claudio
Avruj, Germán Garavano, Marcos Peña Braun y el propio Mauricio
Macri– tuvo tres ejes: la defensa a ultranza de la Gendarmería,
la instalación de rumores falsos en escala mayorista y la obstinada
negativa a considerar lo ocurrido como una desaparición forzada.
¿Quién
hubiese imaginado que los dichos en sede judicial de un testigo
mapuche de 18 años llevarían tal estrategia al precipicio?
Semejante tropiezo, junto al ruidoso desplome de la hipótesis del
puestero que habría apuñalado al joven artesano antes del ataque
represivo en la Lof de Cushamen, comandado por el funcionario civil
Pablo Noceti, lanzaron al Poder Ejecutivo hacia un retroceso en
chancletas. Y con una primera parada en la teoría del gendarme
solitario que se “excedió” en el ejercicio de la paliza para así
correr del universo de los culpables a ese sinuoso abogado de
genocidas y apologista de la última dictadura. Lo cierto es que este
asunto se ha convertido en el Cisne Negro del gobierno macrista. Bien
vale entonces su exploración retrospectiva.
El
abanderado de la flagrancia
...Ya
el 30 de agosto del año pasado el Ministerio de Seguridad elaboró
un informe de gestión con el siguiente andamiaje argumental: los
reclamos de los pueblos originarios no constituyen un derecho
garantizado por la Constitución sino un delito federal porque “se
proponen imponer sus ideas por la fuerza con actos que incluyen la
usurpación de tierras, incendios, daños y amenazas”. Una
dinámica cuasi subversiva, puesto que –siempre según ese
documento– “afecta servicios estratégicos de los recursos del
Estado, especialmente en las zonas petroleras y gasíferas”.
Ahora
se sabe que ese paper es fruto del puño y la letra de Noceti,
quien 20 días antes había sido detectado en Esquel por la
Asociación de Abogados de Derecho Indígena (AADI). Tal
revelación provocó su segundo traspié: ser sorprendido por un
reportero gráfico del medio Noticias de Esquel durante el juicio por
la extradición a Chile del jefe mapuche Facundo Jones Huala al cual
el funcionario asistía de incógnito. Su foto fue publicada esa
misma tarde. Entonces
le fue imposible eludir una entrevista con Radio Nacional de aquella
ciudad en la que reveló sus intenciones; a saber: “Evaluar la
comisión de un delito federal, porque aquí hay un grupo que
pretende atemorizar a la gente con el método de la violencia”. Fue
el inicio de la estigmatización del movimiento Resistencia
Ancestral Mapuche (RAM). Ya en ese instante él se jactó de
poder encarcelar a sus integrantes sin orden de un juez, en base a
una interpretación algo antojadiza del artículo 213 bis del Código
Procesal referido a situaciones de flagrancia que ponen en riesgo la
seguridad interna de la nación.
A
partir de aquel día en Esquel, El Bolsón y otras localidades
aledañas comenzaron a circular caras extrañas; personal encubierto
de Gendarmería y la Policía Federal, junto con agentes de la AFI.
Sin mucho disimulo todos ellos espiaban a la población, algo
prohibido por la ley de inteligencia Nº 25.520. En medio de esa
tensa calma transcurrieron los siguientes cuatro meses... Cuatro
semanas después Noceti viajó otra vez a esa ciudad chubutense. El
evento se efectuó en la localidad de Cushamen entre el 10 y 11 de
enero del corriente año, auspiciado por las máximas autoridades
de la provincia con el apoyo del Ministerio de Seguridad de la
Nación. Su cronograma ofreció tres espectáculos de categoría: el
martes a la mañana, apaleamiento de “indígenas” –incluidos
niños y mujeres– por 200 gendarmes en un tramo de las vías del
tren La Trochita; el martes a la tarde, saqueo de los animales de la
comunidad mapuche y cacería de “indígenas” por patotas de la
policía local; miércoles a la madrugada, prácticas de tiro al
blanco –con postas de goma y plomo– sobre objetivos “indígenas”,
también a cargo de aquella fuerza policial. El saldo de ambas
jornadas fue fructífero: 11 detenidos y 15 heridos; dos, de
gravedad. En la clausura de la celebración el gobernador Mario
Das Neves se lució con una rima: “Entre los mapuches hay
violentos que no respetan las leyes, la Patria y la bandera, y que
agreden a cualquiera”.
Aquellas
fueron sus exactas palabras. Una frase por cuya terrorífica simpleza
se desliza un auténtico progrom en clave telúrica.
Noceti
volvió a Buenos Aires, dejando atrás una agria disputa entre Das
Neves y Otranto por las repercusiones negativas del asunto a nivel
nacional.
“¡Fue
el juez quien armó todos este lío! Fue él quien ordenó reprimir”,
proclamaba el gobernador ante todo micrófono que tuviera a tiro.
Entre
ambos había un encono preexistente originado por la nulidad del
proceso de extradición contra Facundo Jones Huala decretada por
Otranto al probarse que el único testigo había aportado datos
bajo tortura. Entonces Das Neves lo denunció en el Consejo de la
Magistratura.
Pero
Otranto argumentó que su orden a la Gendarmería solo se limitaba a
“remover y secuestrar los obstáculos materiales que se encuentren
colocados sobre las vías del tren y que ello no contemplaba
arrestos”, apuntando –sin nombrar a nadie– hacia el enviado
del Poder Ejecutivo nacional...
El
siguiente capítulo de esta historia comenzó a palpitar durante la
visita oficial de Macri a su par chilena, Michelle Bachelet. Era el
martes 27 de junio...
Después trascendió que entre otros asuntos ambos hablaron sobre la
situación de Facundo Jones Huala, requerido por la justicia
trasandina por su presunta autoría en el incendio de una propiedad
rural. También se supo que Macri prometió hacer lo posible por
dar curso favorable a su extradición. Ese
mismo día el líder mapuche fue detenido por la Gendarmería en la
ruta 40 y encerrado en la cárcel federal de Bariloche. No había
ninguna orden de arresto en su contra. El hecho de que su captura
haya sucedido en ese sitio indica que lo venían siguiendo. El
responsable de dicha tarea de inteligencia ilegal fue nada menos que
Noceti, quien hasta se dio dique por ello. El
asunto causó una nueva escalada de fricciones entre los mapuches y
los uniformados. Y en la mañana del 31 de julio Noceti convocó
en Bariloche a los secretarios de Seguridad de Río Negro y Chubut, a
los jefes policiales de ambas provincias junto a los de todas las
fuerzas federales destinadas en la región, incluidos los comandantes
de los escuadrones de la Gendarmería con asiento en Esquel y El
Bolsón. El temario fue “confidencial”.
Esa
noche un grupo de mapuches reclamó ante la fiscalía federal de esa
ciudad la liberación de Jones Huala. Por toda respuesta hubo una
andanada de balas de goma sobre los manifestantes. Varios resultaron
heridos y se hicieron nueve detenciones.
Recién
el 2 de agosto Noceti blanqueó –en diálogo con Radio
Nacional Esquel y FM Sol– lo decidido durante el cónclave de
Bariloche: “Comenzar a tomar intervención y detener a todos y a
cada uno de los miembros de la RAM que causen delitos en la vía
pública y en flagrancia”. Otra vez se jactó de que para
eso no necesitaba la intervención de un juez. Y casi en clave de
lapsus supo reconocer el espionaje sobre aquella organización al
afirmar: “Sabemos quiénes son; los tenemos identificados y
estamos investigando sus fuentes de financiación”. Por último,
ya con un extraño brillo en los ojos, implicó en sus acciones al
premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, a “gente vinculada
al gobierno anterior” y también al “extremismo kurdo”.
¿Acaso
en ese momento fue consciente de que 24 horas antes su bomba había
explotado en mil pedazos?
El
arrullo de la impunidad
En
la mañana del 1º de agosto partió un automóvil de la Lof de
Cushamen en dirección al sur. Entre sus tres ocupantes estaba Soraya
Malcoño, la vocera de la comunidad mapuche. Ellos pretendían
difundir en Esquel la inminencia de la intrusión de la Gendarmería
en dicho territorio. No pudo ser; el vehículo fue obligado a
frenar por un retén de aquella fuerza en la ruta 40, a la altura de
la entrada a la estancia Benetton. Esas personas permanecieron
“demoradas” hasta la caída de la noche. Eso las convirtió en
espectadoras privilegiadas de la retaguardia del operativo.
A
primera hora de aquel martes Noceti había dejado Bariloche a
bordo de una camioneta blanca con una tira de lucecitas led en la
trompa. Cerca de las 11:30 se detuvo ante la tranquera amarilla de la
Lof al ocurrir el virulento ingreso de los uniformados.
Y quedó allí sin su conductor hasta casi una hora después. Aquel
lapso coincidió con la captura de Santiago.
Alrededor
de las 13:00 se lo vio llegar a Noceti al lugar donde estaba Soraya y
sus acompañantes. Tras saludar a los gendarmes, se acercó a
ellos, y soltó: “Soy el jefe de gabinete del Ministerio de
Seguridad”.
–Entonces
–dijo Soraya– usted me puede decir por qué nos tienen acá.
Noceti
ensayó una sonrisa sobradora antes de contestar:
–Mirá,
si queremos, te podemos tener seis horas acá.
Dicho
esto, volvió a la camioneta para arrancar hacia Esquel.
Ahora
se sabe que allí tuvo una tensa reunión con el juez federal Guido
Otranto. Según una fuente próxima al juzgado, se dio entre ellos el
siguiente diálogo:
–Le
adelanto que Gendarmería actuó sin orden judicial –informó
Noceti– porque, usted sabe, con la figura de flagrancia nos basta.
–Vea
–contestó Otranto–, con eso usted puede despejar la ruta.
Pero no entrar al territorio mapuche. Para eso necesitaba una orden
mía…
Noceti
insistió con su idea sobre la autonomía de las fuerzas. Y remató:
–De
todos modos, el operativo ya está hecho.
Dicen
que por toda reacción, Otranto se quedó en el molde.
“Quienes
lo han cruzado en los pasillos tribunalicios dicen que aquel
individuo parco y taciturno se cree protagonista de una gesta
civilizatoria”
Ya
eran casi las 17:00 cuando Soraya volvió a verlo pasar, esta vez
en dirección al norte. Nuevamente bajó para conversar con los
gendarmes.
El
tipo lucía traje gris y sobretodo oscuro. Con tal vestimenta en
medio del paisaje cordillerano su silueta pasaba tan desapercibida
como una tarántula en un plato lleno de leche. Así fue fotografiado
a hurtadillas por un reportero gráfico. Esa imagen contribuiría al
vidrioso presente que ahora lo envuelve. Una situación que se
expande como una mancha venenosa.
Había
caído en el engañoso arrullo de la impunidad. Un beneficio que ya
se le había vuelto en contra al bravuconear a Soraya al regresar de
la Lof de Cushamen. En ese preciso instante quedó bajo sospecha
por su presunto rol en la desaparición forzada de Santiago
Maldonado. Pero no contento con ello, sus declaraciones radiales
del día siguiente enturbiaron aún más su nombre.
Sin
embargo ahora, a más de cinco semanas de aquello, trascendió que
Otranto –amparado en el secreto de sumario– no dudó en
negarse a cruzar las comunicaciones telefónicas de Noceti con los
oficiales de los escuadrones de la Gendarmería en la región. La
excusa esgrimida: “Al doctor no se lo vincula con la
investigación”. ¿Acaso temía que ese entrecruzamiento
pudiese detectar llamadas entre ese funcionario y su propia línea
antes, durante y después de que Santiago fue visto por última vez?
El
magistrado también se abrazó a la “presunción de inocencia”
durante la tarde del domingo 10 de septiembre, luego de reunirse con
Gerardo Milman y otro funcionario del Ministerio de Seguridad. Fue en
la puerta del juzgado a su cargo al atender por primera vez a la
prensa. “Creo que Noceti no dirigió el operativo”, fueron sus
exactas palabras.
Pero
el alivio del polémico jefe de gabinete ministerial –al igual que
su cargo– no será eterno: la desaparición forzada es un delito
imprescriptible.
Mientras
tanto, una pregunta: ¿rige actualmente en este país el estado de
Derecho?
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