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- Ricardo Ragendorfer - Sábado 16 de Septiembre de 2017
En
una entrevista publicada el 7 de septiembre por el diario La Nación,
el jefe de Gabinete del
Ministerio de Seguridad, Pablo Noceti, sostuvo: “Nunca hablé con
quien comandó el operativo antes de iniciarse”. Así
dio por aclarada su ajenidad al ataque efectuado el 1º de agosto por
Gendarmería en la Pu Lof de Cushamen que produjo la desaparición
forzada de Santiago Maldonado. Una falsedad: el funcionario –según
datos filtrados a Tiempo Argentino por una fuente próxima al juzgado
federal de Esquel– tuvo
profusas comunicaciones previas, contemporáneas y posteriores a esa
acción con sus dos responsables tácticos, el jefe del Escuadrón 35
de El Bolsón, Fabián Méndez, y el subjefe del Escuadrón 36 de
Esquel, Pablo Escola.
Eso
se desprende del peritaje de la Policía Federal a más de 70
teléfonos de los uniformados participantes en la faena. Una prueba
indubitable, ya que se trata del análisis de su contenido sobre una
copia forense de los aparatos; es
decir, una suerte de espejo inalterable que hasta recupera registros
borrados.
Una
voz en el teléfono
De
modo significativo, los medios amigos del Poder Ejecutivo tuvieron
acceso a una sola muestra del material analizado y que auxilia la
hipótesis oficialista de la “patrulla perdida” que operaba por
fuera del mando jerárquico. Se trata de un mensaje de texto enviado
a un gendarme por alguien agendado como “Amor” –sería la
pareja del receptor– con un consejo: “Tené
cuidado. Vos no escuchaste ni dijiste que Robledo le dio un piedrazo
al individuo. Vos estabas lejos. Por eso estaban preguntando quien
estuvo al momento que Neri estaba almorzando”.
Se
refiere al gendarme Neri Armando Robledo, uno de los sospechosos
favoritos del Ministerio de Seguridad. Y se estima la data del texto
entre el 7 y el 14 de agosto; la
imprecisión se debe a que es un mensaje “recuperado” dado que su
receptor borró hasta la aplicación.
Claro
que otros registros no son tan afines a los intereses del gobierno.
Este
diario obtuvo en exclusiva un intercambio de WhatsApp fechado el 11
de agosto entre un gendarme y su esposa. Ella, con prosa desordenada,
arranca:
“Te
pregunto están haciendo allanamiento en Esquel. Sabés algo/ Por
el tal Santiago/ Que se perdió después de la manifestación
mapuche/ Esa donde
vos estuviste”.
La
respuesta fue:
“Si
es en Leleque, cerca del maitén (sic) y el Bolsón, pero Gendarmería
lo detuvo pero lo liberaron y de ahí no se sabe más nada.
Y
la mujer remata:
“Guauuu/
Qué quilombo”.
El
informe también incluye una llamada de un oficial –quien la grabó–
a un gendarme raso:
– Che,
te quiero preguntar… entre
nosotros, ¿qué pasó en la orilla?
– Mire,
ya dije todo. Está
en el acta. No
voy a hablar más.
Luego
se oye el click que da por concluido el diálogo.
Cabe
destacar que la importancia de estos tres involuntarios testimonios
radica en que sus protagonistas son parte del lote de siete
uniformados bajo la lupa ministerial. Pero aún más relevantes
son los cruces telefónicos entrantes y salientes de Méndez y
Escola con el número de celular 0111563XXX54. Su usuario: el
inefable Noceti.
¿Por
quién doblan las alarmas?
Fue
el comandante de El Bolsón quien, minutos antes de las 11.00
–según la fuente consultada– se comunicó con el teléfono del
funcionario. Durante el 31 de julio hubo varios contactos
entre ellos y al menos dos al clarear ese martes. Pero este, de
acuerdo al horario, ocurrió cuando Noceti venía desde Bariloche
por la ruta 40 hacia el territorio mapuche y Méndez abdicaba al
mando de la tropa para
instalarse en una camioneta, antes de ir –tal como luego
dijo– a “un baño” cuya ubicación no especificó. Después
se detectó una llamada entrante al aparato de Escola; en el otro
lado de la línea estaba Noceti. Habría muchos más llamados suyos
al subjefe de Esquel –ahora al mando del operativo– a partir
de las 14.00, en ocasión de su paso por donde permanecía detenida
la vocera mapuche, Soraya Malcoño.
En
los días siguientes las comunicaciones entre el hombre de Patricia
Bullrich y los cabecillas zonales de Gendarmería fueron frecuentes.
Una
de estas hasta es mencionada en un parte de inteligencia emitido el 3
de agosto por dicha fuerza –de acuerdo a lo revelado por Gustavo
Sylvestre en C5N–, cuyo contenido es asombroso: “Se recepcionó
llamado telefónico del ministro (sic) de Seguridad, Pablo Noceti,
quien libraría oficio judicial
al efecto de hacer pericias a los vehículos utilizados en el
operativo informado por Es/Esquel mediante MTO HIA 3432/17 –
Archivo Puma 134”.
De
modo que Noceti alertó la realización de tal diligencia con
siete días de anticipación. Y con datos que podrían haber
sido obtenidos por boca del mismísimo juez Guido Otranto.
Ahora
se entiende la razón que tuvo el magistrado en negarse a cruzar el
teléfono de Noceti con los aparatos de los gendarmes: pavor a que
esa medida pudiera detectar embarazosas llamadas entre el polémico
funcionario y su propia línea. Una promiscuidad que se
extiende hacia la fiscal Silvina Ávila, cuya secretaria
letrada, Rafaella Riccono, es nada menos que la esposa de Otranto.
Las
pericias telefónicas de la Federal llegaron al despacho de la
doctora Ávila el jueves 14 de septiembre. Pero antes habían
recorrido un largo camino. Concluidas el miércoles de la semana
anterior, sus hacedores las enviaron al despacho del jefe de esa
fuerza, comisario Néstor Roncaglia. Y al otro día éste las elevó
al Ministerio de Seguridad. Así, bajo una dramática urgencia,
nació la hipótesis de la “patrulla perdida”. De manera que
durante la calma chicha del domingo 9 los enviados de la ministra,
Gerardo Milman y Gonzalo Cané, se dejaron caer en Esquel para
entregarle al juez las disparatadas entrevistas realizadas por el tal
Daniel Barberis; o sea, el sustento de tal impostura.
No
obstante, en los pasillos oficiales aún persiste un motivo de
zozobra: el resultado aún pendiente de los discos rígidos con
datos de inteligencia que fueron secuestrados en las computadoras de
los escuadrones de Esquel y El Bolsón. ¿Acaso podría haber
allí datos previos sobre Santiago Maldonado? Se dice que tal
posibilidad convertiría a la señora Bullrich en un cadáver
político.
Toda
maniobra tribunalicia supone una denodada lucha contra el azar. Pero
ya se sabe que esa es una lucha desigual. En este caso, los
resultados se van tornando calamitosos.
Las
declaraciones del grueso de los uniformados dejaron en claro que
durante el 1º de agosto una horda de gendarmes efectuó un
“rastrillaje” en una orilla del río en busca de “manifestantes”.
Una fatalidad narrativa en franca contradicción con la versión
de Escola, quien juraba que su tropa jamás estuvo a menos de 40
metros de allí. Con la excepción –claro– del grupo
uniformado fuera de control. Y quien decapitó esa tesitura fue el
sargento Daniel Orrego, y con sólo tres palabras: “No hubo
insubordinados”.
Otros
gendarmes aseguraron que todo lo que sucedió en el operativo fue
ordenado por Escola. Y ahora, para colmo, el cabo Darío Zoilán
afirmó haber escuchado como uno de sus camaradas de armas gritaba
“¡Tenemos a uno!” Otras tres palabras fatales; esta vez,
para un pacto de silencio. «
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